Vacaciones de invierno
Ha sido tema estos últimos días: el valor de las vacaciones de invierno. Sucede que la industria nos ha convencido que las vacaciones son sinónimo de relajo o de comodidad, gran error. Las vacaciones cumplen un rol en el habitar del ciudadano: marcan el ritmo, hacen contrapunto. Las verdaderas vacaciones no consisten en pasar de un estado de esfuerzo puro a uno de descanso puro, de la oficina a la silla de playa, más bien son el traslado desde un quehacer regulado por otros a uno que debemos ordenar nosotros.
Las vacaciones nos recuerdan que la vida no sólo es estudiar y trabajar, que también se trata de vivir juntos, de organizamos y saber que hay otros que dependen de mis decisiones, que debemos planificar el tiempo en comunidad: justo eso que no le gusta al individuo envanecido posmoderno: la comunidad.
Las vacaciones de invierno son particularmente difíciles demandan una logística mayor ya que algunos integrantes de la familia se encuentran «vacantes» mientras otros se encuentran ocupados: llamar a tíos, abuelos, primos, juntar compañeros.,vecinos… sanos recuerdos de vacaciones de invierno. Esa dedicación, ese esfuerzo que se hace por él, fortalece el espíritu del niño. Para la escuela, las vacaciones son motivo de fiesta, y la fiesta, la sana fiesta, asegura el aprendizaje porque lo alimenta de alegría.
Estar todo el día, de lunes a viernes, con treinta y tantas personas más, dentro de la sala de clases es cansador para niños y profesores; esas pequeñas vacaciones, que llamamos recreo, no son suficientes y se necesitan pausas más largas en la partitura de la enseñanza. Imagínese qué pasaría si a todos los involucrados en el conflicto sobre educación, de uno y otro lado, los pudiésemos mandar juntos de vacaciones, de seguro saldría algo bueno mientras deciden qué almorzar o el panorama de la tarde. Eso sí sin los violentos, los violentos no saben tener vacaciones.