Una bienal lejos de lo banal
Confieso que le tenía poca fe a la XIX Bienal de Arquitectura recientemente celebrada en Valparaíso. No es que dudara de la capacidad de sus organizadores, más bien por una sensación de distanciamiento entre la prolífica labor de los arquitectos chilenos versus la poca prioridad que autoridades políticas y económicas le dan a los temas de ciudad y territorio. Tal era la crisis, que las deudas de versiones anteriores amenazaban con el término de esta tradición de cuatro décadas, que en esta ocasión pasó a ser trienal al no haber recursos ni capacidad para organizarla el año pasado.
Ante la adversidad, el Colegio de Arquitectos arriesgó con una Bienal inédita, esta vez sumando fuerzas con la Asociación de Oficinas de Arquitectos y el apoyo del Fondart del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. La primera apuesta fue salir de Santiago y hacerla desde las regiones usando como sede el flamante Parque Cultural de Valparaíso en la ex Cárcel, y sumando cinco pabellones satélite que se instalaron en las plazas de Iquique, Santiago, Concepción, Puerto Montt y Punta Arenas. La segunda apuesta fue la de conformar un equipo curatorial dispuesto a asumir el desafío, donde destaca la gestión del Grupo Arquitectura Caliente, organización de jóvenes profesionales que no superan los treinta años y la notable labor del curador Fernando Marín, Francisca Pulido y Gabriela de la Piedra.
La tercera apuesta fue la de incorporar activamente a las universidades y escuelas de arquitectura en las actividades de la bienal, por un lado, enfrentando la contingencia titulando el encuentro «Arquitectura + Educación: el país que queremos», tomando como eje de los debates y discusiones la formación de los futuros arquitectos, así como realizando actividades académicas, workshops y talleres que convirtieron el anfiteatro porteño en un aula abierta durante dos semanas.
El resultado superó todas las expectativas, las bienales anteriores de mayor convocatoria atrajeron a cerca de cinco mil visitas, y la de este año cerró con más de treinta mil participantes. La movilización de estudiantes de arquitectura hacia el puerto fue masiva, con casos como la escuela de arquitectura de la UDD de Concepción que trasladó a sus más de 180 profesores y alumnos a una sede temporal en el Cerro Alegre. Y lo más importante: el nivel de la discusión, debates, reflexiones y trabajo estuvo lejos de la superficialidad; se basó en un respeto y cuidado por los valores urbanos y arquitectónicos de la ciudad sede y se alejó del culto al ego y la irrelevancia en que muchas veces cae nuestro gremio.
Una Bienal gratuita, regionalista joven, sensible al territorio y al contexto en que se realiza, focalizada en los estudiantes, realizada en un espacio público ejemplo de buena arquitectura, y teniendo como broche de oro la entrega del Premio Nacional de Arquitectura a Teodoro Fernández, ejemplo de un arquitecto humilde y comprometido con la educación, cuya obra nos ha dejado algunos de los parques, edificios y espacios públicos más relevantes del último tiempo. Un evento muy por encima de las expectativas, una Bienal muy lejos de lo banal.