Un nuevo ecosistema para la arquitectura
El desafío más importante para los arquitectos hoy tiene que ver con la redefinición del rol y competencias de la disciplina en el actual medio económico, cultural y tecnológico que viven nuestro país y el mundo. Todo indica que la arquitectura, tal como la aprendimos una generación atrás, está obsoleta o es demasiado lenta para responder a tiempo a las demandas del medio. No quiero ser fatalista con este análisis, sino más bien reconocer una apertura de la profesión, gatillada en parte por la emergencia de las tecnologías de la información.
La práctica de la arquitectura ya dejó de ser el edificio o la casa en el tablero de dibujo. Si en mi generación alcanzamos a dibujar pacientemente con rapidograph en papel diamante, para luego hacer copias de planos con amoníaco, que enviábamos a los ingenieros, para días después recibirlas con correcciones en lápiz rojo que nos llevaban a borrar los trazos de tinta china con hojas de afeitar y volver a dibujar; la arremetida de las tecnologías de la información no solo reemplazó estas herramientas —las cuales curiosamente se replicaron virtualmente en la interfaz del «escritorio» de los sistemas operativos— sino que además abrieron un campo fértil de posibilidades en todas aquellas áreas que los arquitecto: habíamos entregado a otras disciplinas y que hoy necesitan de espacios y capacidad de innovación, colaboración y coordinación, áreas como vivienda social, diseño urbano, arquitectura del paisaje, planificación urbana, infraestructura, administración de proyectos, gestión inmobiliaria o desarrollo de nuevos sistemas constructivos.
Si hoy reemergen estos ámbitos donde por tradición los arquitectos han tenido algo que decir, más promisorio aún es el campo que se abre en tantas otras áreas nuevas que requieren de capacidades especialmente formadas para modelar tridimensionalmente y ejecutar en tiempo real relaciones espaciales complejas, tales como: la simulación digital y diseño de experiencias, evaluación y monitoreo del ciclo de vida del proyecto, modelamiento y fabricación personal de componentes, arquitectura de información y diseño paramétrico, arquitectura y urbanismo sustentable, inteligencia territorial y geomárketing, todas áreas de punta hoy en día y donde al menos en nuestro país estamos recién empezando.
En este contexto, la industria ha logrado adaptarse, de manera que los antiguos softwares de representación digital pasaron del 2D y el 3D a ser hoy plataformas de colaboración y simulación bajo el concepto de Modelado de Información para la Edificación o Building Information Modeling, BIM, como se le conoce mundialmente. El BIM es el nuevo medio en que los arquitectos y todas las otras disciplinas del diseño y construcción navegamos; en otras palabras, un ecosistema que se enriquece y diversifica constantemente.
La potencia del BIM no solo ha permitido reducir los plazos de desarrollo de nuestras edificaciones, sino además incorporar todas aquellas variables técnicas que informan y dan forma al proyecto desde su fase de diseño conceptual, anteproyecto, especialidades, construcción, operación e incluso llegando a coordinar su demolición y reciclaje. Todo esto dada la potencia de la plataforma para integrar la multiplicidad de especialidades y módulos que se han desarrollado, que van desde herramientas de modelación de climatización, consumo energético y estructuras, entre otros.
Las universidades y profesionales chilenos ya hemos internalizado estos campos ofreciendo un número creciente de líneas de investigación, perfeccionamiento y educación continua que complementan la formación y cubren las brechas que naturalmente ha generado este explosivo crecimiento.
En este escenario, el arquetipo del profesional romántico o «volado», sentado en su tablero de dibujo con la regla T, será cada vez más escaso. Gracias al BIM muchos ya habrán expandido sus campos hacia otras construcciones, más complejas, más híbridas, más contemporáneas y, por qué no decirlo, más sustentables y bellas.