Todos debiéramos ser feministas
El título de esta carta es de un pequeño libro de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. La autora, que ha escrito ya varias novelas de ficción, recuerda cómo un amigo le pedía que no se presentara como feminista frente a sus lectores, «porque las feministas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido».
Explica cómo ella decidió presentarse como «feminista feliz», cosa que no fue suficiente. Se vio obligada a definirse como «feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres». Porque la palabra feminista está cargada de connotaciones, la mayor parte negativas.
Se cree que odias a los hombres, odias los sujetadores, la cultura de tus ancestros, crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante. La autora insiste que el feminismo no es eso. No es fácil tener conversaciones sobre género. Ponen incómoda a la gente y a veces irritan. La palabra «feminista» genera tanta alergia en algunos que a veces su sola mención bloquea cualquier posibilidad de diálogo.
Esto ocurre porque cada uno porta una definición diferente del término. Según Chimamanda, feminista es todo aquel hombre o mujer que dice: «Sí, hay un problema con la situación de género hoy en día y tenemos que solucionarlo, tenemos que mejorar las cosas». A esa definición adscribimos muchas personas.
Porque pocos podrán negar que en nuestras sociedades algunas cosas son más difíciles cuando se es mujer. Existen problemas particulares al género femenino y debiese bastar con exhibir preocupación por ello para merecer el apelativo de feminista, a mucha honra. A ese feminismo del siglo XXI, el de Chimamanda, debiéramos adscribir todos, hombres y mujeres por igual.