Sistema electoral proporcional: la grave enfermedad de nuestro régimen político
Por Cristián Larroulet y Jorge Ramírez R.
Transcurría enero de 2015 cuando el Congreso Nacional aprobó el reemplazo del sistema electoral binominal por uno de carácter proporcional.
Las fuerzas políticas oficialistas de ese entonces, lideradas por la expresidenta Michelle Bachelet y su ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, celebraron el hito como un acontecimiento histórico.
El mensaje presidencial planteaba como una de sus ideas matrices “darle a nuestro Congreso Nacional toda la fortaleza y prestancia que se merece”, a la par de que auguraba que con este nuevo sistema electoral, “seguirán existiendo incentivos para que los partidos políticos se agrupen en grandes conglomerados y no se producirá una fragmentación excesiva en la representación política”.
Transcurridas ya dos elecciones parlamentarias aplicando el nuevo sistema electoral proporcional, vale la pena intentar dibujar un balance de este.
En primer lugar, contrario a las promesas contenidas en el mensaje que dio origen a la reforma electoral, el nuevo sistema proporcional produjo un aumento en la fragmentación del Congreso, en particular, de la Cámara de Diputados. Sin ir más lejos, en las siete elecciones de diputados, entre 1989 y 2013, el promedio de partidos políticos que accedió a representación parlamentaria en la Cámara fue de 7,2, mientras que el promedio de las últimas dos elecciones en que se ha empleado el nuevo sistema electoral proporcional ha sido de 18,5 partidos, con un peak de 21 partidos políticos con representación en la Cámara a partir de la elección de diputados de 2021. Las cifras son elocuentes y, si bien el multipartidismo no es ajeno a nuestra democracia, lo cierto es que el sistema electoral proporcional no introdujo los incentivos adecuados para la conformación de coaliciones que aseguren patrones de gobernanza a la altura de una democracia con demandas ciudadanas cada vez más complejas de procesar.
En segundo término, tras la implementación del nuevo sistema electoral, ¿se ha revalorizado el Congreso desde el punto de vista de su legitimidad ciudadana como espacio de representación política? La respuesta es negativa, de acuerdo con los datos de la encuesta del Centro de Estudios Públicos, para julio de 2014 la confianza en el Congreso era de un 12%, pero en la medición de abril y mayo de 2022 la confianza fue de 8%, pasando por períodos en que incluso esta ha sido de 3%, como en agosto de 2021.
En el terreno más cualitativo, existe un consenso relativamente transversal de que la calidad de la política parlamentaria incluso ha empeorado. Las pulsiones populistas, la demagogia, la falta de disciplina partidaria y el foco de la resolución legislativa en “minorías dirimentes” que ejercen un rol pivotal en una y otra dirección política, por un mero acto transaccional, son males que han deteriorado en exceso la función parlamentaria. Si bien el sistema electoral no es el único factor decisivo en esta operación, evidentemente cumple un rol. Seguramente, los detractores de esta visión intentarán plantear un falso dilema entre la valoración negativa hacia el sistema electoral proporcional y una supuesta apología al antiguo sistema electoral binominal. Esta visión desconoce que no existe nada parecido a un sistema electoral perfecto: toda fórmula electoral debe intentar ponderar un delicado equilibrio entre representación y eficacia gubernamental. Si bien el sistema binominal ofreció estabilidad y gobernabilidad al país, también dificultó la representación fidedigna de todas las tendencias y corrientes políticas presentes en nuestra sociedad.
¿Por dónde podría pasar un tratamiento eficaz para la grave enfermedad de nuestro régimen político? La respuesta se encuentra en un sistema electoral mixto, que contemple incentivos mayoritarios para la conformación de grandes mayorías que otorguen gobernabilidad al país a través de la elección de un 70% del Parlamento en distritos uninominales. Este mecanismo permitiría una fácil identificabilidad electoral, un fortalecimiento del vínculo elector representante, fácil comprensión ciudadana y una mejora sustantiva en los niveles de rendición de cuentas. Paralelamente, sin desconocer nuestra basta tradición multipartidista, sería prudente que el restante 30% de los parlamentarios se eligiera a través de un sistema proporcional, a efectos de equilibrar la ecuación gobernabilidad / representatividad, pero con un umbral de acceso al escaño de un 3% del total de la votación a nivel nacional, para evitar así la fragmentación. En distintas versiones, los sistemas electorales mixtos son usados en democracias robustas, como Alemania y Nueva Zelandia, por mencionar algunas. Frente a un diagnóstico relativamente compartido de los problemas de nuestra democracia, lo importante es aplicar un tratamiento adecuado.