¿Se debe reformar el sistema electoral?
Recientemente hemos conocido no uno, sino dos proyectos que apuntan a reformar el sistema electoral con que elegimos nuestro Congreso. Pero al revisar ambos proyectos, ni el del gobierno ni el de Carlos Larraín y la Concertación se hacen cargo de las críticas de fondo al sistema binominal, y en cambio abren nuevos problemas o distorsiones. Pareciera que la inspiración de ambos es que cualquier cosa es mejor que el binominal.
Un sistema electoral debe ser siempre simple en su manera de traducir los votos en escaños de representación. Si al binominal se le critica que no siempre las dos primeras mayorías individuales resultan electas, con estas propuestas de reformas ese defecto se agrava, ya que opera aun con más fuerza la lógica de la votación de lista. Así, candidatos con mayorías individuales importantes podrían perder ante otros candidatos con menos votos o incluso sin votos, pero que pertenezcan a listas más votadas. La posibilidad de tener diputados sin votos es una amenaza a la legitimidad de sus actuaciones en nuestro Congreso.
La mayor crítica al binominal era que el subsidio a las segundas mayorías, por el efecto de lista y la necesidad de doblar al otro pacto para obtener los dos diputados, trajo como consecuencia que las disputas mayores fueran hacia el interior de las coaliciones o bloques, entre compañeros de pacto. Al aumentar las magnitudes de distritos de dos cupos a cuatro, seis u ocho, se lleva la competencia ahora hacia el interior de los partidos. Competirían en muchos distritos compañeros de partido por un mismo cupo quedando en la obligación de doblar al otro partido si quisieran tener dos parlamentarios. Así, el subsidio sería recibido por los partidos, hoy minoritarios, al interior de los pactos.
Una ventaja de los distritos actuales es que logran dar importancia a todo el territorio, integrando a la competencia electoral a cientos de comunas pequeñas, aunque esto genera una distorsión en que no todos los votos pesan lo mismo o influyen igual en la elección de un parlamentario. Pero ahora, con la fusión de distritos, se pierde la relación más personal entre el diputado y sus electores. La necesidad de agrupar distritos para aumentar en proporcionalidad, va a llevar a una mayor concentración de los recursos en las comunas más grandes, en desmedro de las más pequeñas que no tendrían incidencia en el resultado. Este efecto es muy claro en la propuesta del senador Larraín y la Concertación, donde los distritos casi coinciden con las circunscripciones senatoriales en la mayoría de las regiones.
Ambas reformas son fuertemente pro partidos, los que ganan en poder dificultando aún más el surgimiento de líderes locales o independientes ya que los tamaños y extensión de los nuevos distritos y el mayor número de candidatos por lista, los hace pasar de competir contra dos, a competir contra cuatro, seis u ocho candidatos de cada lista, haciendo casi imposible su elección fuera de un pacto.
Es difícil de entender que ambas propuestas no logren abordar las mayores críticas al binominal e incluso generen nuevos problemas. Si la principal crítica es que no siempre resultan elegidas las dos mayorías individuales, corregir eso eliminando las listas y pactos simplifica la elección y permite entender quiénes ganan y quiénes pierden. Este pequeño cambio no necesita más diputados ni nuevos distritos, y mantiene una lógica mayoritaria en nuestro sistema electoral y político.