¿Santiago megaciudad?
En los últimos 60 años, La Tercera y sus lectores han sido testigos de los cambios más radicales vividos por la capital desde su fundación. El Plan Regulador del 60, la construcción del Metro, la erradicación de campamentos, masificación del acceso a la vivienda y aparición de la segregación urbana y guetos, la llegada de los malls como subcentros urbanos que suplieron la carencia de equipamiento en las periferias, el surgimiento de las concesiones urbanas, el traumático Transantiago, y varios planes y proyectos. Signo de este crecimiento es la creciente discusión urbana y demandas de calidad de vida, el fortalecimiento de organizaciones ciudadanas y barriales, y una ciudadanía que reconquista los espacios públicos, desde la plaza de la esquina hasta eventos masivos, cicletadas o movilizaciones sociales.
¿Llegará Santiago a ser una megaciudad? Afortunadamente, no. Las tasas de crecimiento demográfico indican que, con suerte, la población de Santiago se estabilizará en los ocho millones (hoy ronda los 6,7 millones), salvándonos de problemas de megaciudades como Sao Paulo, Río, Buenos Aires o México, que ya superan los 20 millones. Esto implica que tendremos un tamaño perfecto para consolidarnos como uno de los principales centros de negocios de la región y capitalizar los atributos de la capital. Situación reconocida en todos los rankings internacionales, que posicionan la capital entre las tres mejores ciudades para vivir y hacer negocios en el continente, y entre las 75 ciudades más dinámicas del mundo al 2025.
Si la población de Santiago no va a crecer significativamente, lo que sí aumentará serán sus ingresos y, por consecuencia, las demandas de suelo y servicios, por lo que la ciudad seguirá creciendo en extensión y en altura. El crecimiento económico y social proyectado llevará a que, hacia finales de la década, los hogares ABC1 y C2 suban su participación actual de 33% a 46%. Esto ya está modificando los patrones de localización de esta «nueva clase media emergente», consolidando ejes de desarrollo asociados a oferta de transporte hacia Puente Alto, San Bernardo, Maipú y ahora Quilicura, con sus respectivos subcentros en torno a los malls. Esto ya está revirtiendo dinámicas de segregación tradicionales y surgirán oportunidades de regeneración urbana en comunas pericentrales y periféricas hasta hoy estancadas, como «Renca la lleva». Luego de 30 años a la deriva, hoy contamos con una Política Nacional de Desarrollo Urbano, que actualmente está en implementación para corregir los errores y reparar la deuda de inequidad y ambiental que aún carga la capital. Si avanzamos por esta vía, Santiago no será una megaciudad, pero llegará a ser una de las ciudades más hermosas, atractivas y con mejor calidad de vida del continente que junto a una red de centros regionales competitivos y más integrados, serán la base del desarrollo económico, social y cultural de nuestro país.