¿Qué nos pasó?
Cuando se analizan los datos y los números, no cabe duda que Chile es mucho más de lo que era hace 30 o 40 años atrás. No sólo en términos absolutos, cosa que sería esperable, sino que mucho más importante, en términos relativos.
Basta mirar la información de desarrollo económico y social para mostrar, con datos, que Chile pasó de ser un país que se caracterizaba por su pobreza y subdesarrollo, a ser un país que lidera y que pelea por las posiciones de avanzada dentro de la región. Esto no sólo en PIB per cápita, como algunos quieren hacer pensar, sino que en todo indicador objetivo que mide desarrollo social y humano. ¿Cuál ha sido la receta? Aunque a muchos no les guste, la fórmula es clara: más libertad, más responsabilidad, más mercado y menos Estado. Sentido común: los países progresan más cuando sus ciudadanos sienten que son responsables por sus vidas, cuando pueden aspirar a realizar sus sueños y cuando cargan con las consecuencias de su accionar para bien o para mal.
A pesar de que los números son indesmentibles y que la receta es clara, se ha impuesto la teoría de la retroexcavadora. En vez de seguir adelante profundizando las libertades individuales y optimizando la regulación, vemos un discurso sesentero donde se busca decretar el desarrollo y donde la igualdad pasa a ser el valor supremo. No cabe duda que las medidas que se están impulsando lograrán que seamos más iguales, pero no hay que olvidar que Cuba es un país lleno de iguales donde todos viven en la miseria (naturalmente que hay algunas curiosas excepciones).
¿Qué nos pasó? ¿Por qué nos estamos desviando de un camino que a todas luces ha sido exitoso y que ha entregado más prosperidad a todos los chilenos que cualquier otro experimento en toda nuestra historia? Muy simple, nos hemos olvidado del viejo cuento de la hormiga y la cigarra. En el fondo todos tenemos consciencia de que esa sencilla fábula contiene la esencia de cómo funciona el mundo de verdad. Sabemos que el camino al progreso se basa en trabajar duro, en responder por nuestros actos, en hacerse cargo de nuestras vidas, en ser previsores, en usar nuestra libertad para tomar decisiones, en entender la realidad de las cosas, en aceptar que la vida es difícil y que cada uno debe pelear por lo suyo, en darse cuenta que un mundo que no tiene los incentivos bien puestos no funciona bien. Nada de esto tiene que ver con seguridades, garantías, derechos o igualdad. Ésa es la vida real, lo demás es auto engañarse, es cuento.
Soñar, ilusionarse y juguetear con un mundo ideal está bien por un rato, pero llegó la hora de la responsabilidad, la hora de volver a la realidad y no dejarnos llevar por miradas idealistas, que suenan muy bien, pero que no funcionan. Así de simple.