Pragmatismo versus ideología, dos mundos en uno, y el debate sobre las reformas
En Chile nos hemos acostumbrado a constatar, a diario, las enormes diferencias respecto a las reformas del momento en el ámbito político, con prácticamente dos mundos distantes, paralelos, que nunca se llegarán a tocar. Sobre los impuestos como con el fin al lucro en la educación, hemos visto a pragmáticos e ideologizados enfrentarse permanentemente para tratar de imponer sus posturas.
Sin embargo, no ha sido tan habitual ver esa dicotomía en el ámbito empresarial, donde empresarios y tecnócratas están enfrentando, desde hace un tiempo, estilos particulares, formas distintas de diálogo y, en definitiva, sus propias visiones de mundo.
Por una parte, nos encontramos con el empresario o dirigente gremial acostumbrado a buscar consensos y dialogar para alcanzar los objetivos de sus representados. Tiene muñeca, lleva años en este cuento, no teme sentarse a conversar con un ministro de la Nueva Mayoría, ni siquiera después de haber intercambiado declaraciones poco amistosas sólo un par de horas antes. Posan para la foto, se dan la mano, sonríen e incluso pueden organizar una cena en su casa, privada, para que el debate continúe al calor de una copa de vino. Porque son tipos pragmáticos, cuyas habilidades blandas, la capacidad de diálogo y la empatía son parte de sus armas de batalla; pueden entenderse transversalmente con cualquier interlocutor, caen bien y cuentan, en general, con el respaldo de una gestión bien evaluada en sus respectivas empresas, precisamente por esa capacidad de entenderse indistintamente con un operario o un gerente de área.
Este perfil ya lo reconocemos claramente en política: son los Escalona o los Longueira, que sin traicionar el color de su camiseta, buscan y articulan entendimientos y hasta se ofrecen para asesorar al gobierno al que se oponen, aunque ello signifique la funa de los más ideologizados de su sector.
Del otro lado están los –por definirlos de alguna forma– tecnócratas ideologizados, también hoy nítidamente identificables en el mundo empresarial. Son de generaciones más jóvenes y muchos descienden de familias de empresarios, se han formado en las mejores escuelas de negocios del mundo y son el sucesor soñado para cualquier empresa familiar. Conocen la teoría económica a la perfección y sus respuestas son siempre, también, inequívocas y acertadas. Son de cifras, de datos duros, tienen una capacidad de análisis profundo, con rigor y, por eso, sienten que ceder en algo es lo mismo que traicionar sus principios.
En política, probablemente el ministro Arenas en las primeras semanas de debate público sobre la reforma tributaria –con aquello de «el corazón del proyecto no está en discusión»– como también los dirigentes estudiantiles que le encuentran lo malo a cada intento del ministro Eyzaguirre, son quienes mejor responden a este perfil que se aferra a la ideología. Disciplinado, un ministro como Arenas, ha llevado hasta el final las instrucciones de su jefa, pero no ha tenido la capacidad para entenderse con los del lado opuesto. Los 15 minutos que concedió a las distintas bancadas en el Congreso, para escuchar sus reparos a una de las reformas más grandes que ha enfrentado Chile en materia económica en las últimas décadas, hablan por sí solos. Ejemplos sobran respecto de las dificultades de diálogo con los estudiantes.
Llámenlos nostálgicos, pero muchos son los que –en este contexto de cosas– han añorado los tiempos en que se iniciaba la transición en Chile, bajo mandato de don Patricio Aylwin. Los tiempos de la política como el arte de lo posible, donde se tomó una oportunidad única de consolidar lo avanzado, para abrir nuevas puertas hacia el perfeccionamiento de nuestra democracia, sin retroexcavadoras, sino con las llaves del consenso y el buen diálogo. Hoy enfrentamos un tiempo similar, donde vemos a empresarios, gremios y emprendedores dispuestos a las reformas, «pero no de esta forma», como diría la ASECH.
Son dos mundos en las antípodas, que tienen en común su inquietud por los grandes temas país, pero a quienes separa su pasado y las fórmulas para obtener resultados positivos. ¿Se juntan en algún minuto estos dos mundos? No es excepcional que se unan en una misma persona, como la Presidenta Bachelet. Incluso para sus más cercanos sería muy difícil apostar por hacia qué lado de su propia balanza terminará por inclinarse: si hacia la –con todo respeto– Michelle pragmática, que sabe que debe ceder para avanzar; o la ideologizada, que no está dispuesta a consensuar y prefiere llevar hasta el final sus reformas, avanzando sin transar. Según sea esa inclinación, ella puede marcar toda la diferencia respecto del destino del país para los próximas décadas, bastante más allá del 2017.