Por qué importa Tomás González
Cuando esta columna sea publicada, ya sabremos el resultado de la participación de Tomás González en Londres 2012. Sea cual fuere éste, lo que importa destacar son los valores que se encuentran detrás de sus logros. En efecto, virtudes tales como la tenacidad, rigor y disciplina reflejan una trayectoria de más de 20 años ininterrumpidos de trabajo. Sólo un dato para ilustrar lo anterior: en los últimos diez años, Tomás González ha participado en más de 17 competencias internacionales y en todas ellas ha logrado los primeros lugares.
Ciertamente, González es de esas excepciones que en nuestro país celebramos con gran entusiasmo, precisamente porque son eso: excepciones. Para visualizar cuán dramática es la situación, la que no hace más que engrandecer la figura de deportistas como González y otros, pensemos por un momento que, de los veintiséis Juegos Olímpicos que ha habido (tres fueron suspendidos por las Guerras Mundiales), desde Atenas 1896 hasta Beijing 2008, Chile ha participado en 22, obteniendo sólo 12 medallas olímpicas; vale decir, una medalla cada aproximadamente 9 años.
Pero si esto fuera poco, por cada medalla que ha obtenido Chile, los Estados Unidos han conseguido 191. Ciertamente la comparación podría considerarse exagerada; después de todo, se trata de una potencia económica. De aceptar este “argumento”, entonces debemos dejar de lado cualquier país de la OCDE, incluido México, que tiene 55 medallas. Una alternativa es Brasil; sin embargo, éste tiene casi 8 veces más medallas que Chile. Podrá “argumentarse” que Brasil tiene casi 12 veces la población de nuestro país y no es comparable. No obstante, India, con una población casi 76 veces la nuestra, sólo ha conseguido 23 medallas.
Además de los argumentos arriba indicados (PIB per cápita y población) pueden existir muchos otros, desde la carencia de programas de educación física efectivos, hasta características genéticas de nuestra población (el que nuestros antepasados no destacaban en este tipo de talentos y nos heredaron en su reemplazo otros, como el arte, la literatura, etc.). Pero si bien todas estas explicaciones tienen algo de razón, ninguna es concluyente. Después de 112 años de juegos olímpicos y cientos de miles de atletas que han participado (sólo en Beijing 2008 compitieron más de 10.000), no existe una única explicación.
Cabe preguntarse acerca de por qué debiera importarnos el tema. La respuesta es evidente: las externalidades positivas de éste son muchas, pero existe una en que poco se repara; a saber, que les permiten a los países construir identidad, generar cohesión social y, sobre todo, pueden ser un mecanismo muy poderoso para promover valores y virtudes como las que mencionábamos respecto de Tomás González (a éstas podemos agregar el esfuerzo de sus padres y el apoyo que algunas instituciones le han brindado). En buenas cuentas, a través del deporte es posible la promoción de principios éticos extraordinariamente relevantes en la vida social. Entre éstos, además de aquellos ya señalados, la idea de que competir y emprender desafíos vale la pena.
Resulta fundamental, entonces, la promoción de políticas para el deporte. A pesar de los escándalos ocurridos, el país cuenta con cierta institucionalidad en el tema. Las encuestas de calidad de vida y el Simce del Deporte son iniciativas adecuadas, a pesar de que sus resultados son penosos (cuatro de cada diez estudiantes presentan sobrepeso u obesidad).
No obstante, se requiere dar señales más robustas. La construcción de más infraestructura puede tener un costo muy alto (las estimaciones por asiento construido varían entre US$ 1.300 y US$ 10.000, dependiendodel país y el tamaño). Sin embargo, existen otras formas de promoción mucho más baratas que involucran a las escuelas, lo que implica repensar diseños ad hoc a las necesidades y recursos disponibles.