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UDD en la Prensa

Política exterior: ¿Innovación o tradición?

 Juan Pablo Sims
Juan Pablo Sims Investigador del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales, Facultad de Gobierno

En un mundo entrelazado con complejos problemas geopolíticos, ambientales y socioeconómicos, Estados Unidos recientemente descubrió que su política exterior, a pesar de un empuje estratégico hacia la reorientación, quedó inadvertidamente atrapada en las complejidades de la política de Medio Oriente. Las escaladas inesperadas tras un ataque liderado por Hamas en Israel no solo resonaron en la históricamente volátil región, sino que también sacudieron la máquina política de EE.UU., desplazando sus intenciones de priorizar áreas como China y el cambio climático.

La administración Biden se ha visto inadvertidamente arrastrada de nuevo a las tumultuosas corrientes del Medio Oriente, lo que demuestra la peligrosa naturaleza de la política global y cómo los eventos que se desarrollan rápidamente pueden trastocar las trayectorias planificadas estratégicamente de la política exterior. En ese sentido, a pesar de su considerable poder e influencia geopolítica, Washington no es inmune a esta cruda realidad, subrayando la necesidad de reevaluar y fortificar sus estrategias de política exterior en medio de tales dinámicas.

Por su parte, el enfoque chileno bajo el Presidente Boric ofrece un contraste ilustrativo en la gestión de asuntos exteriores. Al intentar trazar un camino distintivo e innovador, Chile ha luchado en el último año y medio por centrar su política exterior en abordar asuntos no convencionales, tales como el cambio climático y los derechos humanos. Estos son temas que, a pesar de su evidente relevancia, tradicionalmente no dominan la discusión internacional, que suele centrarse en cuestiones de conflicto, seguridad y política comercial.

Al igual que en el caso estadounidense, la Cancillería chilena ha tenido que modificar su planificación original. La aprobación del CPTPP, la falta de logros en materia de cambio climático, la necesidad de cooperar con Venezuela para controlar la crisis migratoria, así como la realidad macroeconómica, que nos acerca cada vez más a China, es una prueba de lo fundamental de evitar innovaciones innecesarias en materia exterior.

Las diversas estrategias entre EE.UU. y Chile subrayan una divergencia conmovedora en los enfoques de política exterior, planteando la inevitable pregunta: ¿es más beneficioso adherir a las convenciones conocidas y establecidas de política exterior, o existe mérito en explorar un camino no convencional?

La política exterior, en su esencia, no debería considerarse un campo de experimentación impulsivo. La estabilidad, predictibilidad y consistencia son cualidades esenciales que permiten a un país posicionarse con firmeza en la arena internacional, construyendo confianza con aliados y manteniendo a raya a adversarios potenciales. Innovar por el mero deseo de diferenciarse o redefinirse, sin un análisis meticuloso de las consecuencias, puede conducir a desafíos insospechados y reveses en la política internacional.

Si incluso una potencia como Estados Unidos, con toda su capacidad de inteligencia, recursos y poder de influencia, encuentra dificultades al intentar desviarse o reorientar su enfoque tradicional, entonces la lección es clara: la política exterior debe ser tratada con un cuidado y consideración suprema. Esta precaución no es solo un lujo que las superpotencias pueden permitirse, es una necesidad de todos los países.

En el caso de Chile, la diversificación y apertura hacia temas “no convencionales” parecían una respuesta a las demandas cambiantes del siglo XXI. Sin embargo, las recientes reorientaciones muestran que, en la práctica, las presiones geopolíticas, comerciales y socioeconómicas terminan llevando a un país de regreso a los caminos ya trazados, demostrando la resistencia de las estructuras y dinámicas tradicionales. Esto no es una crítica a la innovación en sí, sino un llamado a la prudencia. Antes de embarcarse en cambios radicales, los países deben tener una comprensión profunda de las interconexiones globales y las potenciales repercusiones de sus acciones.

Por lo tanto, en lugar de buscar continuamente novedades en la política exterior, los países deberían centrarse en consolidar y fortalecer sus posiciones tradicionales, garantizando que sus movimientos y decisiones estén bien fundamentadas y alineadas con una visión a largo plazo. Solo así podrán navegar con éxito las turbulentas aguas de la política internacional, defendiendo sus intereses nacionales mientras colaboran en la construcción de un orden mundial más estable y predecible.