Polémicas y reglas para el diálogo constituyente
Por estos días se agitan temores y anhelos acerca del cometido de la Convención Constituyente. Algunos asuntos discutibles: ¿cuál será su reglamento de funcionamiento?, ¿hasta qué punto debe limitarse por normas legales vigentes?, ¿cuánto tiene de poder original y soberano?, ¿es un espacio de equilibrios o es más bien el lugar en que se imponga legítimamente una mayoría?.
Algunos sospechan de afanes autoritarios, incluso totalitarios, en los convencionales; otros de intentos de “amarrarlos” con normas externas para evitar que expresen anhelos ciudadanos. En suma, desconfianza.
Ya tenemos entonces un intenso diálogo acerca de una organización (Convención) de la que se espera justamente use el diálogo como forma de acordar normas permanentes de nuestra sociedad. La centralidad del diálogo como herramienta y fin en sí mismo hace conveniente recordar algunos aprendizajes que la Psicología Organizacional y, en general, las Ciencias Sociales, han logrado al respecto en décadas de observación e investigación.
¿Debe el diálogo tener reglas? Si así fuera, ¿cuáles son ellas?, ¿hay en las reglas de diálogo, una intención o al menos posibilidad de que sean ellas mismas herramientas de manipulación como algunos temen?
La naturaleza del diálogo es la existencia de dos partes que se integran en un todo. O, mejor dicho, de actores diversos. Sin diferencia, no existe diálogo. Cuando hablamos con nosotros mismos, podemos decir que dialogamos con nuestro interior, pero es mejor recordar que en tal caso ocurre un monólogo: sólo hay una conciencia que se habla a sí misma.
Las dos partes en diálogo se suponen, además, con capacidad de usar un lenguaje básico conocido, aún cuando sólo nos refiramos al idioma compartido. También puede ser parte de ese lenguaje básico algunos usos y costumbres, como la ropa que vestimos, la interpretación de la gestualidad y las normas de interacción en el espacio cuando nos comunicamos. Es nuestro contexto social y cultural en el cual ocurre el diálogo. Estos temas pueden generar controversia, pero en general nos parecen bastante obvios e incluso se manifiestan sin que seamos plenamente conscientes de ellos.
En un segundo nivel de complejidad encontramos reglas que acordamos sobre el desarrollo del diálogo: alternar la palabra, regular los tiempos de argumentación, evitar y sancionar la ocurrencia de insultos o amenazas, definir formatos visuales, auditivos o escritos de presentación de argumentos, entre otras. Estas normas son de relativa simplicidad en su establecimiento. Son la base de las buenas reuniones y de la coordinación cotidiana en el trabajo.
La dificultad emerge en un nivel más complejo de reglas referidas al contexto valórico – cultural de los actores que dialogan, cuando hay diferencia aguda de intereses entre ellos y adicionalmente hay necesidad de definir cursos de acción. Es en este nivel más complejo de normas en las que debemos poner especial atención, pues de lo contrario el proceso y el resultado del diálogo se frustran. ¿Por qué ocurre así? Porque el desacuerdo o incumplimiento de estas reglas complejas siembran la sospecha e invalidan los anteriores tipos de reglas.
¿Cuáles son esas normas más complejas? Usualmente no se piensa en ellas como normas, sino como condiciones favorables al diálogo. Algunas son la escucha empática – activa y la construcción de un ambiente de seguridad psicológica.
Veamos algunas de sus características. La escucha empática – activa es una sana norma cuando es el tipo preferido de escucha entre dialogantes. Es decir, nos ponemos de acuerdo en hablar escuchando a la contraparte con deliberada suspensión de nuestro juicio. Y, concretamente, cerrando nuestra boca mientras se desarrolla el argumento del otro. O, deliberadamente, escribiendo los puntos centrales de su argumentación para luego pedir que nos ayude a chequear si lo podemos reproducir en lo esencial de su punto de vista. Todo esto va más allá que sólo alternar turnos de habla o mantener las formas en el lenguaje.
La seguridad psicológica es un asunto de confianza en que podemos permitirnos tres comportamientos sin temer ser sancionados por los demás: declarar ignorancia, hablar de un error cometido y discrepar de otros. Se ha verificado la alta calidad de la conversación en equipos de trabajo cuando existe seguridad psicológica como norma consensuada de interacción. La norma consiste específicamente en permitirse, y a la vez aceptar, estos comportamientos. No son espontáneos en la generalidad de los equipos de trabajo.
A la vista de lo planteado, ¿son necesarias estas normas de diálogo u otras similares? La evidencia indica que sí. ¿Son en sí mismas riesgosas de ser usadas para limitar la expresión de otros? Cuando son bien entendidas y cumplidas deberían justamente evitar que una persona limite o manipule a otra, en el entendido que ambas partes son conscientes de sus actos y se mueven con libertad al momento de entrar al diálogo. Ese es el punto en el que hoy suponemos se encuentran nuestros futuros constituyentes, por lo que podemos recomendar la utilidad que tendría para ellos el conocimiento y práctica de estas reglas de diálogo.