Polarización primaria
Las elecciones primarias han sido presentadas como paradigmas de virtud cívica. Sin embargo, las experiencias recientes en Chile y el mundo parecen contradecir este aserto o, al menos, ponerlo en serio entredicho. En el actual escenario chileno (así como en la reciente primaria demócrata en Nueva York), los mecanismos de primarias parecieran estar operando como instancias que favorecen la metástasis de los procesos populistas y polarizantes en vez de debilitarlos.
Los beneficios potenciales de los procesos de primarias han sido ampliamente documentados. Se ha dicho que el desafío de conducir y sobrevivir exitosamente una primaria en unidad es fundamental para la institucionalización de una coalición política, y una suerte de certificación de calidad sobre su índice de gobernabilidad. La coalición, plural por definición, construiría identidad común, articularía procesos deliberativos efectivos, y daría muestras incontestable de gobernabilidad, a partir del programa unitario y la aceitada maquinaria multipartidista resultantes. Por otra parte, las primarias profundizarían la participación ciudadana y su representatividad, al permitir a la gente elegir no solo el plato sino también el menú. Anticipar la deliberación además libraría a las personas del insoportable autoritarismo de elites partidistas demasiado acostumbradas a imponer y no a escuchar.
Sin embargo, lo que la experiencia ha mostrado en Chile estas últimas semanas no se condice con estos argumentos. Y es que ocurre que como desde la teoría siempre se ha advertido, las elecciones primarias no son fines en sí mismos, sino medios. Son herramientas deliberativas que pueden ser beneficiosas, pero pueden también, dependiendo de su implementación, pero, sobre todo, del contexto, profundizar los males que aquejan al sistema político.
Ahora que la primaria oficialista finalizó, es indispensable explicitar lo que durante su desarrollo se hizo patéticamente evidente y lamentablemente, no se ha resuelto merced del resultado. El oficialismo es una alianza política estratégica de izquierda, en donde quienes se autodenominan “democráticos” están demasiado arrinconados frente a la presión polarizante y maniquea de un extremo decididamente anticapitalista y autoritario (y aun totalitario), representado hasta la porfía por algunas facciones del FA que aún no maduran (¿lo harán alguna vez, y el PC, sólidamente representado por Lautaro Carmona.
Lo que hemos presenciado estas semanas y nos debe preocupar es que las fuerzas de izquierda no ofrecen un proyecto democrático ni económico de crecimiento. No lo hacen cuando las fuerzas irreductibles del extremo en la coalición vociferan que una nueva Constitución sigue siendo indispensable y que primero es igualar y no crecer. Ni las consultas al Servel, ni los prestigiosos economistas del equipo de Tohá, ni el sincero pavor que los “democráticos” transmitieron frente al liderazgo comunista, deben inducir a error. La primaria oficialista que recién finaliza no es un modelo de virtud cívica, sino una nueva luz de alerta para denunciar hasta qué punto las fuerzas antidemocráticas y anticapitalistas de izquierda están dispuestas a llegar para alcanzar el poder y desde ahí derrocar el sistema. La puesta en escena de esta primaria no ha hecho sino ponerlo de manifiesto.