Piedra angular
Cada vez hay más consenso en que la productividad constituye el talón de Aquiles de la economía chilena, pero cuesta encontrar puntos de acuerdo para avanzar con una mirada común. Un grupo sostiene que los problemas de productividad de la economía chilena son reflejo de que el modelo de desarrollo ‘se agotó’, y que es necesario migrar desde la explotación de recursos naturales a la generación de productos con mayor valor agregado –más ‘complejos’-, para lo cual se requeriría una participación del Estado mucho más activa, privilegiando el desarrollo de sectores priorizados.
Opiniones respetables, pero que contienen mucho mito. Primero, una estrategia que aprovecha las ventajas derivadas de los recursos naturales es mucho más que ‘exportar piedras’. El desarrollo de la agroindustria, del sector forestal, y del mismo sector minero, muestra que con el paso de los años se han incorporado productos y procesos de mucho mayor valor agregado. Segundo, el porcentaje del PIB que puede asociarse directamente a recursos naturales ha disminuido respecto de lo que era a comienzos de los noventa, con una fuerte expansión relativa del sector servicios. Lo que se ha observado en el retail, por ejemplo, donde actores nacionales se han convertido en los líderes de la región, es una clara muestra de que los empresarios nacionales han sabido buscar nuevas oportunidades, que han generado mucho valor para Chile, y ello es especialmente manifiesto en los sectores donde hay mayor competencia.
¿Qué es lo fundamental, entonces? Un entorno para emprender e innovar con mínimas trabas, de manera que los actores tradicionales puedan ser ‘desafiados’ por nuevos emprendedores. La competencia es el principal motivador de la innovación, por cuanto la convierte en una necesidad para subsistir y desarrollarse con éxito. ¿Y el Estado, no tiene ningún rol relevante? Por supuesto que sí. Además del insustituible rol que tiene en el diseño y resguardo de la institucionalidad requerida para generar un entorno favorable, tiene también un rol clave proveyendo los bienes públicos requeridos y colaborando en la generación de instancias que faciliten la coordinación entre actores.
Muchas veces se señala el caso de los países del sudeste asiático como ejemplo de lo que se puede lograr con un mayor intervencionismo. En rigor, no en todos los casos se actuó de igual manera (Corea del Sur y Hong Kong adoptaron enfoques muy diferentes), y en algunos fue necesario incorporar cambios sobre la marcha, pero si hay un denominador común que los hizo similares fue el nivel educacional de su población y la capacidad de la fuerza de trabajo para adaptarse con flexibilidad a los desafíos que imponía el nuevo contexto. ¿Por qué no avanzar en Chile por este camino, donde tenemos grandes falencias? En el contexto actual, junto con la profundización de la competencia, esta es la mejor política industrial que podríamos implementar, y en esto deberíamos ser capaces de lograr puntos de acuerdo.