¿Nueva Guerra Fría?
El término “Guerra Fría”, históricamente asociado con el período que va entre 1947 y 1989, se está utilizando cada vez más para describir las crecientes tensiones entre las principales potencias, particularmente Estados Unidos, Rusia y China. Por consiguiente, es pertinente cuestionarnos si estamos en una suerte de “Guerra Fría 2.0″.
En ese sentido, vemos un auge en la utilización de este término desde 2014, tras la invasión de Rusia a Ucrania. A partir de ese minuto, términos como “Nueva Guerra Fría”, “Guerra Fría II” y “Segunda Guerra Fría” han entrado en uso regular, implicando un tipo específico de conflicto geopolítico.
Esta perspectiva ve las guerras frías como distintas de las guerras tradicionales, “calientes”, caracterizadas por grandes combates abiertos. En cambio, las guerras frías implicarían confrontaciones restringidas, conflictos indirectos y un esfuerzo significativo para evitar enfrentamientos militares.
Como consecuencia, en una nueva Guerra Fría la competición de las potencias tendría lugar de forma indirecta, como se está observando en Ucrania. No obstante, resulta difícil imaginar que se repetirán las escenas de la Guerra Fría que por décadas hemos visto en películas, series, libros y en los medios.
La sombría atmósfera de películas como Apocalypse Now, que mostraban la brutalidad y el caos de las guerras proxy en lugares como Vietnam, parece pertenecer a un pasado distante.
Por otro lado, las tensas confrontaciones en alta mar, como las que se retratan en La Caza del Octubre Rojo, y los dramáticos enfrentamientos ideológicos que dominaban la narrativa de Dr. Strangelove, se sienten menos probables.
En contraposición, hoy en día, la competencia entre grandes potencias se manifiesta principalmente en el ciberespacio, en disputas comerciales y en la carrera por la supremacía tecnológica, en lugar de batallas armadas directas y enfrentamientos nucleares inminentes.
Un ejemplo claro de esta nueva forma de confrontación es la reciente escalada en las disputas comerciales entre Estados Unidos y China.
El 14 de mayo, la Casa Blanca decidió aumentar los aranceles a productos como semiconductores y paneles solares chinos del 25% al 50%, jeringas y agujas del 0% al 50% y baterías de iones de litio del 7,5% al 25%. Los vehículos eléctricos fueron los más afectados, cuadruplicando la tasa arancelaria de los vehículos eléctricos fabricados en China del 25% al 100%.
Los nuevos aranceles estadounidenses no son los únicos que están en discusión. En Europa, donde los autos eléctricos fabricados en China han ganado una cuota de mercado importante, los principales líderes del continente están evaluando aumentar los aranceles significativamente.
Para Chile, este contexto de creciente tensión global entre grandes potencias presenta desafíos y oportunidades. En primer lugar, Chile podría verse afectado negativamente por la volatilidad en los mercados internacionales y la posible disminución del comercio global, lo que impactaría sus exportaciones de materias primas, particularmente el cobre.
Sin embargo, nuestro país también podría aprovechar la situación para posicionarse como un actor clave en la cadena de suministro global, especialmente en sectores estratégicos como la minería de litio y la producción de energías renovables.
El principal problema para Chile es que China y EE.UU. son nuestros principales socios comerciales y circunnavegar las aguas entre dos gigantes siempre es peligroso.