Nuestras ciudades, nuestros espacios
Hace tres años, el terremoto y maremoto del 27 de febrero hicieron estragos en muchas ciudades, por lo que es necesario reflexionar acerca de la ciudad, no solamente en cuanto a construcción y materiales, sino también sobre sus espacios y habitabilidad. Hace miles de años el hombre inventó la ciudad como una necesidad que respondía a la sociedad que surgía de la Revolución Agraria. Tanto en Oriente, como más tarde en Occidente, se crearon ciudades en las cuales el centro era en su mayoría el poder político-religioso-económico, o bien respondían a «campamentos militares».
A partir del siglo V en Occidente la vida urbana fue mínima, y el siglo XII trajo un «renacimiento» urbano que significó el desarrollo de éstas hasta la Revolución Industrial, cuando las ciudades medievales, renacentistas y barrocas desaparecieron sumidas entre las fábricas que traía la modernidad, necesaria por cierto. Desde entonces el urbanismo se encargó de trazar los lineamientos de nuestras ciudades, y nos hemos visto en los últimos 150 años enfrentados a proyectos buenos y malos. El siglo XXI trae nuevos desafíos, especialmente para nuestras ciudades latinoamericanas, que son el producto de ordenanzas españolas del siglo XVI y que respondían a una tipología en cuanto a forma, localización o funcionalidad. Hoy, la tecnología por un lado, y los automóviles por otro, hacen que nuestras ciudades sean una sumatoria de calles y construcciones, ¿megalópolis inhumanas?Entonces, ¿dónde dejamos los espacios urbanos que le dan sentido a las ciudades y al habitar? Como plazas y parques que en muchos casos deben cerrarse por seguridad. ¿Y qué pasa con las calles donde el caminar era un placer?
Europa, a pesar de guerras y crisis, ha sabido conservar muchas de las ciudades donde caminar y pasear, incluso el silencio, se mantienen a pesar de la tecnología. En Chile, los pocos parques y calles aparecen inundados de celulares buscando «señal» para conectarse, ¿conectarse?, ¿con quién para qué?: con las redes sociales, ya que el conversar «cara a cara», y el contemplar nuestro entorno, con un paisaje urbano que nos invite a hacer ciudad se ha ido perdiendo, por lo que cabe preguntarse: ¿qué ciudad le heredaremos a las futuras generaciones? Ojalá ellos sepan, mientras, el deber es pensar y proponer, y se requieren especialistas, pero es indispensable la interdisciplinariedad, la cosmovisión y el «conversar» la ciudad para poderla vivir.