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UDD en la Prensa

No es sólo chequear, es pensar

Fernando Gutiérrez
Fernando Gutiérrez Investigador Facultad de Comunicaciones

Nuestro país se prepara para la segunda vuelta de la elección presidencial. La primera campaña estuvo fuertemente afectada por desinformación: redes de bots, bulos y videos falsos atacaron a los candidatos. Se difundieron narrativas desinformativas sobre enfermedades y encuestas manipuladas. Ejemplos sobran.

El Gobierno y medios verificadores denunciaron estas prácticas como amenazas a la democracia y estas acusaciones se intensifican ante el advenimiento de la segunda vuelta, que se da en un clima de polarización y desconfianza digital, aunque no todo el contenido desinformador provenga de las redes sociales.

El Observatorio Desinformación Chile -órgano que reúne a varias universidades, entre ellas la UDD- observó que en el proceso electoral de primera vuelta, un 82.2% de la desinformación caracterizada como contenido fabricado, manipulado y distorsionado, provino de la franja electoral, configurando un fenómeno que el PNUD llamó “comunicación tóxica” y que se ha instalado en la conversación digital sobre las elecciones en Chile y otras latitudes.

En todo este proceso, el Gobierno de Chile ha intensificado su llamado a la ciudadanía para que se informe adecuadamente antes de votar. Bajo el lema “Chile Vota Informado” y con la campaña “Aguanta, Chequea y Comparte”, se busca combatir la desinformación que, según las autoridades, amenaza la convivencia democrática. Aquello es cierto, sin embargo, el problema no es solo la desinformación, es el desorden.

Claire Wardley Hossein Derakhshan (2017) propusieron el concepto de “desórdenes informativos” para referirse no solo a los datos falsos con la intención de engañar, sino también a la misinformation (información incorrecta, sin intención maliciosa) y la malinformation (información verdadera, pero usada para causar daño). Este marco es crucial, porque nos obliga a ampliarla mirada del fenómeno, ver más allá del contenido falso y preguntarnos por el ecosistema informativo en su conjunto: ¿cómo se produce, circula y se consume la información en nuestra sociedad?

La campaña “Aguanta, Chequea y Comparte” parte de una premisa válida: detener la viralización impulsiva de contenidos dudosos. Pero su enfoque es simplista. Invita a verificar y enseña a chequear, pero no a pensar ni a cuestionar. En un contexto de sobrecarga informativa, con algoritmos opacos y polarización digital, el problema no se resuelve con tres pasos ni con jingles pegajosos difundidos por medios y redes.

El desorden informativo que vivimos es complejo y no se exige solo verificación. Se combate con pensamiento crítico. Y aquí es donde el Estado, en su rol pedagógico, ha fallado. En lugar de fomentar una ciudadanía reflexiva, capaz de analizar discursos, identificar sesgos y comprender contextos, se ha optado por una estrategia comunicacional que infantiliza el proceso de discernimiento. Se nos pide “aguantar” antes de compartir, pero no se nos enseña a interpretar.

Además, la campaña se apoya en una lógica de consumo pasivo de información. O sea, nos anima a chequear si otros medios confiables lo dicen, a revisar la fecha y a compartir si es cierto. Pero ¿qué pasa cuando los medios “confiables” también reproducen marcos ideológicos? ¿Qué ocurre cuando la verdad noes verificable, sino debatible? ¿Dónde queda la deliberación democrática? De muestra tenemos los datos de la misma franja electoral antes mencionados.

Entonces, la alfabetización mediática es necesaria, pero insuficiente. Lo que necesitamos es una alfabetización crítica. Talleres en colegios, sí, pero también espacios de diálogo intergeneracional, formación docente en análisis del discurso y políticas públicas que reconozcan que el problema no es solo lo qué se dice: sino cómo y por qué se dice, pues la democracia no se fortalece con ciudadanos que aprenden a verificar sino con ciudadanos que saben pensar.

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