Niñas «esforzadas», niños «inteligentes»: algo no está bien
Es evidente el esfuerzo que la sociedad está haciendo para dar oportunidades a las mujeres para acceder a profesiones y cargos tradicionalmente reservados a los hombres. Lo interesante de observar es que las visiones estereotipadas sobre ambos géneros que existen permean las paredes de la sala de clases y afectan la interacción entre estudiantes y profesores. La literatura nos muestra los sesgos implícitos que tienen los docentes y cómo ellos repercuten en un trato dispar hacia sus estudiantes.
Un ejemplo alarmante es el estereotipo que considera a los hombres como naturalmente hábiles y las mujeres como persistentes y esforzadas.
Esta creencia se traduce en que los profesores tienden a felicitar a los niños por su habilidad y atribuir sus fracasos a falta de esfuerzo, mientras que a las niñas las felicitan por su esfuerzo y atribuyen sus fracasos a falta de habilidad (Bianco et al., 2011; Tiedemann, 2002).
Las consecuencias de esta actitud del docente afecta la atribución que los propios estudiantes hacen de sus éxitos y fracasos (Georgiou et al., 2007), lo que eventualmente resulta en reproducir los estereotipos de que a las mujeres que fracasan les falta habilidad y a los hombres les falta dedicación.
Los sesgos ocurren en todas las asignaturas, pero son todavía más evidentes en clases de matemáticas y ciencias.
Varios investigadores han demostrado que los profesores de ciencias tienden a dar más oportunidades a sus estudiantes hombres que a mujeres para involucrarse en tareas académicas (Tobin & Garnett, 1987), a preguntarles más frecuentemente a ellos y plantearles preguntas de orden más complejo que a las mujeres (Becker, 1991; Hall & Sadler, 1982).
Asimismo, otros investigadores han constatado que en discusiones grupales, los hombres tienden a monopolizar la conversación (Hynd & Guzzetti, 1995; Sadker & Sadker, 1994) y a participar mucho más frecuentemente que sus pares mujeres.
La literatura también demuestra que los profesores, como todos los seres humanos, casi nunca están conscientes de sus sesgos (Bailey, 1988); sin embargo, hay evidencias que las intervenciones especialmente diseñadas para poner de manifiesto estos sesgos, resultan en mejores condiciones para hombres y mujeres dentro de la sala de clases (Sadker & Sadker, 1986).
Los profesores estamos frente a una enorme responsabilidad porque tenemos que hacernos cargo de nuestras creencias y tomar consciencia de nuestros sesgos.
Las creencias son el motor de la conducta y el problema es que no dimensionamos el poder que tienen, operan “a nuestras espaldas” pero con nuestro permiso. Algo no está bien en la sala de clases y tenemos la oportunidad de corregirlo.
Las miles de niñas que entran a clase esta semana se merecen esta reflexión.