Nicanor Parra
Nicanor Parra, qué duda cabe, fue uno de los últimos grandes embajadores de la poesía chilena en la literatura universal, siguiendo la estela de Huidobro, Neruda y Mistral, una tradición insigne que ha revitalizado el idioma y le ha dado a nuestro país un espesor cultural unánimemente reconocido.
La geografía poética de Chile, conformada además por otros nombres tan insignes como el de Pablo de Rokha, Eduardo Anguita, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn o Jorge Teillier, se advierte maciza y majestuosa como nuestra cordillera, inmune a la erosión del tiempo, un patrimonio que es necesario proteger promoviendo nuevas generaciones de lectores, especialmente entre los niños.
Quizá la mayor virtud de Parra fue reivindicar los fueros del lenguaje en su uso cotidiano y natural, un lenguaje no dirigido a un mero decir abstracto, alejado de la realidad, sino a “mostrar” esa misma realidad en su plenitud significativa, alejándolo de los espejismos de la retórica vacía, del artificio pomposo, de la deliberada oscuridad que enturbia el discurso cuando no hay nada que decir.
Lo hizo además con humor, porque no hay nada más serio y desenmascarador que el humor. Tal vez por ello el escritor Carlos Ruiz Tagle calificó justicieramente a Parra de “antifrívolo”.
Hoy, a la muerte de Nicanor Parra, su lectura es una invitación urgente a reevaluar el valor de la poesía como un antídoto formidable en contra de quienes buscan empobrecer el idioma reduciéndolo a un mañoso ejercicio estadístico, o resignándolo al auspicio de una enseñanza agotada por la dudosa burocracia de pruebas estandarizadas e índices de impacto.