Municipales y presidenciales
Un recurso siempre escaso en política es el tiempo y una habilidad aún más escasa es el manejo del mismo y, por cierto, de las oportunidades. En el escenario actual ambos aspectos, tiempo y habilidades para manejarlo, adquieren gran relevancia en la definición de los precandidatos presidenciales y de los mecanismos para la selección de éstos.
No obstante, ¿qué razones habría para acelerar el tema, sobre todo si tiempo hay de sobra (queda más de un año antes de que los candidatos tengan que estar definidos)? La razón la debemos encontrar en las urgencias que impone la elección municipal. En efecto, ella es una oportunidad para que los partidos y sus precandidatos presidenciales tomen el pulso a los ánimos del electorado y, en particular, a los liderazgos y bases locales (al menos su organización); después de todo, es a ese nivel en donde se definirá la contienda presidencial. Es decir, es en las municipales donde los partidos podrán experimentar estrategias, probar discursos y, sobre todo, corregir y modular antiguos y nuevos lenguajes.
Sin perjuicio de lo anterior, ¿no parece algo inadecuado incorporar agendas presidenciales en elecciones cuyo contenido es local? La verdad es que no se trata de introducir agendas de contenido presidencial, sino que de presidencializar la competencia, de probar liderazgos y encantar a las audiencias electorales; en definitiva, de dar a conocer a los precandidatos a nivel micro. Más allá del contenido local, el que por lo demás se confunde con cuestiones de política nacional, se trata de instalar las candidaturas. De hecho, ello ha sido la tónica en las últimas dos elecciones, como consecuencia de que ocurren a un año de las presidenciales. En tal sentido, no hay razones para pensar que en esta oportunidad no suceda del mismo modo. Tanto es así que, más allá de la correlación que exista entre resultados municipales y presidenciales o parlamentarios, lo concreto es que la lectura que se hace de los números es en clave presidencial.
Adicionalmente, un hecho central es que en estas municipales por primera vez el voto será voluntario y, si bien es muy probable que la mayoría de los antiguos electores vote como hasta ahora lo ha hecho, la verdad es que estamos hablando de volúmenes muy grandes de nuevos sufragantes que podrían incorporarse al padrón; de este modo, pequeños aumentos pueden tener un impacto significativo en el resultado final. Pero también puede ocurrir algo distinto: que el electorado, nuevo y viejo, no se sienta incentivado a participar, lo que, además de afectar el resultado, introduce mayor incertidumbre en las próximas elecciones presidenciales. Cualquiera sea el escenario, la participación en las municipales de los precandidatos impone un riesgo, pero también una oportunidad para posicionar “marcas”.
Lo anterior en el caso de la Concertación tiene mayores complejidades que en la Alianza. La razón es muy simple: en esta última los candidatos están más o menos definidos. Por el contrario, en la coalición opositora los silencios de Bachelet, los subpactos PS-DC y PPD-PRSD-PC están generando una suerte de paralización del tema presidencial. En efecto, las posibilidades de las nuevas candidaturas están siendo administradas de forma tal que nadie desafíe a la ex Presidenta, lo que deja al conglomerado sin liderazgos alternativos. El error en todo esto radica en que, mientras más tiempo trascurra, mayor es la desafección de aquellos sectores detrás de las nuevas candidaturas y más espacio mediático adquieren los postulantes de la Alianza. Si bien en lógica «bacheletista» eso no es relevante mientras ella se ubique a la cabeza de las encuestas, lo cierto es que el exceso de pragmatismo (utilitarismo) no garantiza mayor unidad ni entusiasmo necesariamente. De modo particular, cuando a lo que se apuesta es a una posibilidad.