Movilidad disruptiva
La transformación tecnológica y el cambio climático son los ejes que definirán el siglo XXI. Los cambios que vienen a nuestra vida urbana son tan rápidos y disruptivos que apenas alcanzamos a darnos cuenta de su presencia cuando ya es tarde para siquiera discutir cómo los vamos a enfrentar, desafiando nuestra convivencia y abriendo oportunidades sin precedentes.
Tres cambios disruptivos que vivimos en la capital el año pasado así lo evidencian: la desaparición de bolsas plásticas y la rápida adaptación de los ciudadanos; la irrupción de la empresa Cornershop como plataforma de compra online, captando las necesidades de jóvenes para generar un ingreso extra, y por último fue la aparición de los monopatines eléctricos públicos o Scooters.
De un día para otro, Vitacura, Las Condes, La Reina y Ciudad Empresarial en Huechuraba se vieron invadidas por miles de scooters provenientes de cuatro empresas que luchan por llamar la atención de transeúntes que ven en esta entretenida forma de moverse una alternativa para viajes cortos o de media distancia. Si bien el acceso a estos ciclos, como los define la Ley de Convivencia Vial, está aún limitado al sector oriente, han emergido como una alternativa para enriquecer y diversificar la oferta de transporte no contaminante.
El problema es que tanto la ciudad como los ciudadanos no estaban preparados para recibirlos, incrementado las tensiones entre automovilistas, ciclistas, peatones y scooteristas. Los peatones se quejan del peligro a ser atropellados a 25 km/h por un scooter, y los usuarios de estos alegan que las calles no están preparadas. Un estudio reciente de la ACHS publicado en Qué Pasa, indica que entre diciembre y febrero pasados los accidentes de vehículos motorizados de dos ruedas aumentaron en un 27% comparado con igual período un año atrás. Si bien esto incluye las motos, todo indica que al no haber una cultura de scooters, muchos usuarios han aprendido a porrazos.
Para probar la efectividad de estos ciclos, comencé a usarlos complementándolos con otros modos como Metro o bicicletas públicas. Luego de recorrer más de 100 km, debo confesar que la experiencia ha sido excelente, y que el principal riesgo está en la falta de educación vial de los usuarios, quienes en la mayoría circulan sin casco. A tal punto ha llegado el problema que algunas empresas exigen un compromiso de buen comportamiento al abrir la aplicación.
La buena noticia es que la Asociación de Municipalidades de la Zona Oriente junto a la cooperación holandesa ya trabajan en un piloto de convivencia vial; y mientras esperamos su implementación, sugiero tres reglas muy simples si van a usar scooter o bici pública: 1) salir de la casa con casco, no pesan nada y se puede colgar de la cartera, bolso o cinturón; 2) transitar siempre por calles interiores o ciclovías, evitando las grandes avenidas y caminando tu ciclo en pasos cebra o aceras; y 3) planifica tu viaje, buscando la mejor combinación de modos y ruta. De esta manera, enriqueceremos nuestra cultura cívica apelando hacia una ciudad cada vez más compartida.