Mitología del sistema electoral
Un tema recurrente en la discusión política tiene que ver con el sistema electoral binominal. Lo sorprendente no es tanto la frecuencia en que ésta aparece sino más bien la persistencia en una serie de argumentos equívocos y hasta poco serios.
Nadie duda sobre la legitimidad de cambiar el mecanismo a través del cual se eligen las autoridades; es decir, la forma en que los votos se traducen en escaños (cargos de representación) lo que parece inadecuado es el empleo de argumentos que no revelan el verdadero motivo para cambiarlo o que mistifiquen otros sistemas que resolverían los problemas que aquel exhibiría.
¿Cuáles son estos argumentos? Abordaré dos, dadas las restricciones de espacio, sin embargo, señalando de antemano que un sistema electoral particular no es una institución sagrada que no pueda ser cambiada.
Un primer argumento señala que el sistema es poco competitivo, dado que los niveles de reelección (incumbencia) en el Parlamento son altos. Al respecto, una mirada a los datos entre 1989 y 2009 muestra que nuestro país posee un nivel inferior al promedio de las democracias más estables (OCDE) que incluyen sistemas electorales de todo tipo (proporcionales, mayoritarios y mixtos). Chile tiene menores niveles de incumbencia que países como Israel, Alemania o Suecia. Eso está indicando nada más ni nada menos que la incumbencia depende de muchos factores entre los que se encuentra el sistema electoral; sin embargo, la lógica de reelección parece seducir a partidos y electores. Si bien es cierto que los partidos proponen y los electores sólo eligen, los partidos no son tan miopes como para seleccionar candidatos perdedores a priori. Se podría señalar que en el binominal, al ser dos escaños es muy difícil que una coalición doble a la otra, lo que incentiva a los partidos a mantener a los incumbentes. No obstante, esto podría explicar por qué existiría incumbencia en el binominal, pero no por qué la hay en otros sistemas. En consecuencia, la baja competitividad e incumbencia no es exclusiva del binominal ni menos su causa.
Un segundo argumento es el de la representatividad y proporcionalidad. Se señala que el sistema no permite la representación de todas las fuerzas políticas y que favorece a la segunda mayoría. La verdad es que aquí se está confundiendo representatividad con proporcionalidad. Aunque, mientras más pequeño sea el tamaño del distrito, vale decir, el número de cargos, mayor es el número de votos que necesita obtener un candidato para ganar. Sin embargo, esto no hace al sistema menos representativo. Por lo pronto, entre 1989 y 2009, a través de distintas fórmulas, el 89% de los votantes han votado por las dos mayores coaliciones. Asimismo, nadie diría que países como el Reino Unido, EE.UU. o Francia, no tienen sistemas representativos porque los partidos más pequeños tienen menor porcentaje de cargos en relación a sus votos. También, se señala que el sistema favorece a la segunda mayoría. Si bien eso ha sido así la verdad que la diferencia es mínima, 4,7% a favor de la Alianza versus 4,2% de la Concertación. La razón es que en la práctica influyen otros factores que hacen más o menos proporcional los resultados y no sólo el sistema. La incorporación del PC a la lista Concertación (como en el pasado ocurrió con los humanistas y hasta hoy con el PRSD) deja en evidencia la importancia de la fórmula de negociación. Un buen ejemplo lo tenemos en el último proyecto presentado por Larraín y algunos parlamentarios de la Concertación: al simular sus resultados se aprecia que la sobrerrepresentación cambiaría a favor de la Concertación en un 5,5% más promedio versus la Alianza un 2,7%.
¿Que hay detrás de la demanda de cambio? Por lo pronto, ajustar la proporcionalidad entre votos y escaños, pero también aumentar la sobrerrepresentación de un bloque. Pero, también se señala que de este modo sería posible alterar los quorum constitucionales. La mala noticia es que ni con el sistema más proporcional que pudiéramos diseñar ello sería posible, dado que dichos quorum son superiores a los votos que cada coalición hoy posee. El cambio de sistema no permitirá la alteración de los quorum.
En resumen, ambas argumentaciones, entre otras, no contribuyen a una discusión seria sobre el sistema. Hay otros temas tales como la proporcionalidad territorial, el tamaño del Congreso, el nivel de fragmentación de partidos, o los mecanismos de perfeccionamiento de los partidos que es necesario introducir para dotar de mayor legitimidad al sistema político.