Milei en serio
AIgunos partidarios de Milei no parecen, paradójicamente, tomárselo en serio. Sobre todo cuando lo identifican sin más como liberal, pues Milei es anarcocapitalista por convicción y libertario por necesidad. Pero, ¿qué significa eso? Digamos, primero, que el libertarianismo expresa una verdad del modo rotundo y unilateral en que lo hacen las doctrinas que incurren en la exageración de subordinar toda la realidad a uno solo de sus aspectos. En este caso, toda la política a la verdad de que la propiedad y el mercado son esenciales para la preservación de la libertad y la justicia.
En segundo lugar, esta misma unilateralidad explica que, en todo lo demás, el libertarianismo sea una teoría muy insatisfactoria, cuando no chocante. La concepción de los derechos paternos ofrece un ejemplo de ello. Rothbard —autor de cabecera de Milei— sostiene que los padres no tienen la obligación legal de alimentar a sus hijos y que cualquier inconveniente derivado de ese hecho se corregiría por la existencia de un “floreciente” mercado de niños.
Los partidarios de Milei —los que son receptivos a las críticas— aducen que no es necesario inquietarse por las excentricidades del libertarianismo, pues el programa de Milei es liberal. A otros les tranquiliza la esperanza de que la muy imperfecta institucionalidad argentina o, en su defecto, el peso de la facticidad, supongan un freno para la ejecución de los aspectos más disparatados del libertarianismo.
Sin embargo, quienes así se tranquilizan no se sentirían aliviados si —en el caso de que la estrella en ascenso fuera un candidato comunista— se les dijera: «No te preocupes, su programa es socialdemócrata y, además, la centroizquierda lo contendrá». Eso no los tranquilizaría en lo más mínimo, y con razón, pues lo más razonable es tomarse en serio las convicciones de los candidatos.
Asimismo, lo más razonable es votar por el candidato más razonable, con las ideas más razonables, y no por aquel cuya racionalidad depende de la capacidad de otros (aliados u opositores) para contenerlo, o de la imposibilidad para poner en práctica sus verdaderas ideas. ¿Votaría usted por un candidato que prometiera bajar la inflación crónica y permitir la venta de niños? Tal candidato obligaría a la ciudadanía a preguntarse qué es más importante, si bajar la inflación o mantener a los niños fuera del comercio humano.
Dejando de lado las incoherencias del propio Milei (que, por ejemplo, es contrario al aborto, pese a defender la propiedad sobre el propio cuerpo), lo que pone de manifiesto este ejemplo es un problema general del libertarianismo como teoría política, un problema que no se reduce a las formas con que se lo promueve (yo le puedo proponer la disyuntiva anterior cortésmente o en términos ásperos, pero es evidente que ese no es el problema): al concebir los derechos de las personas a partir de la propiedad, el libertarianismo se ve en la necesidad de tener que aceptar y defender todas las formas de instrumentalización humana.
Sin perjuicio de que eso es, a fin de cuentas, incompatible con la democracia y con el mercado, la ciudadanía no puede simpatizar con una teoría política que confunde permanentemente la propiedad con la humanidad. Muchos defensores de Milei nos piden que olvidemos su anarcocapitalismo. Pero esa petición no le hace justicia. Milei siempre ha defendido con vehemencia sus ideas y no se avergienza de lo que cree. Quizás por ese motivo merece que se lo tome en serio, aunque sólo sea para criticarlo.