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UDD en la Prensa

Maturana: El gran árbol y la pajarera

 Isabel Behncke
Isabel Behncke Investigador Colaborador - Ph.D. en Antropología Evolucionaria, Oxford University

Maturana era un genio. Y como tal, deslumbrante, complejo e imperfecto. El concepto de autopoiesis, la generación de la vida por parte de los organismos vivos, fue su concepto central. Lo publicó con Francisco Varela el 1974 en De máquinas y seres vivos. Hoy ese concepto está integrado en la construcción de nichos, una gran macrovisión de la evolución y la naturaleza. 

Maturana fue mi mentor intelectual. Sin su influencia no me habría ido al corazón de África a buscar ponerles empiricismo a los vínculos entre animales sociales que jugaban. Lo conocí siendo muy chica, antes de ser capaz de leer un libro. Mi padre, un ingeniero, andaba en su propia búsqueda intelectual y se encontró con Maturana en una charla en Medicina en la Facultad de la Universidad de Chile a mediados de los 70. Maturana -el Chicho- había dibujado una piedra y una flor en la pizarra, y un ojo que miraba. Explicaba la teoría en boga y luego sus propias ideas de las interacciones entre organismo, ambiente y observador. Cuenta que se reían de él y le decían «ya pus, Chicho, déjate de decir leseras», y además le tiraban bolitas de papel. A fines del año 79 tuvieron una reunión en la casita pajarera que mi papá había construido en la parte de atrás de la casa de sus padres en Llewellyn Jones. Ahí convocó a una reunión a Maturana y Varela, y les insistió en la idea de hacer un libro más general que pudiera comunicar la importancia de la autopoiesis y el trabajo de Maturana de los últimos años, para ser publicado como parte de un proyecto de comunicación intercultural de la OEA. Esa pajarera fue el origen de El árbol del conocimiento, que se publicaría en 1984 en su primera edición de muchas. De niña me acuerdo de «Chicho», Pancho Varela y mi papá en largas sesiones de trabajo. Conversaban, discutían, escribían en la pizarra. Se peleaban. Varela, de prácticas budistas, meditaba. Recuerdo jugar un par de veces con la hija de Pancho, Leonor. Pero en general no había otros niños, había que entretenerse solos.

Maturana se atrevió. Era un puente, y portaba una mirada naturalista -filosófica, integradora, interdisciplinaria, curiosa, reflexiva-. Tenía esa cualidad de naturalista visionario que tenían otros gigantes como Humboldt o Darwin: extenderse, viajar, preguntar, medir, observar sobre grandes paisajes de la naturaleza, y luego conectar los puntos. Ahora nos es obvio que la naturaleza es un sistema de inter-relaciones entre sí (Humboldt), o que la vida tiene un origen común (Darwin), pero antes esto no se veía como un todo. Maturana fue pionero de sus propias técnicas para pensar y explorar la diversidad de los fenómenos biológicos y también culturales. Ahora parece tan obvio que las personas nos constituimos en nuestro ser social, en nuestras relaciones, que los fenómenos sociales son también fenómenos biológicos. Parece obvio hoy, pero antes no lo era. 

Hay que tener mucha personalidad para redefinir lo que es lo vivo. Redefinir el conocimiento, la epistemología, y hasta contradecir a Darwin con su deriva natural vs. la selección natural. Siendo chileno en los años 80, aún más. Atreverse a formular una visión de la vida donde se integran nociones empiricistas de Occidente con rasgos del holismo oriental. En cierto sentido fue un poeta que inventó su propia manera de hablar, de usar el lenguaje.

Se habla del orgullo de su reconocimiento internacional. Pero para los científicos chilenos eso tiene un contenido trascendental. Esa actitud de lanzarse con puentes intercontinentales propios de Aristóteles y Darwin es un camino, una posibilidad que hoy es parte de su legado. Como decía Varela, «con la autopoiesis estábamos haciendo ciencia desde Chile». Nos daba un valor de autonomía reflexiva.

Fue algo que constaté varias veces, con sorpresa y orgullo. En una reunión de la Royal Society de Londres en 2006, en la que se rendía homenaje a Nicholas Humphrey -quien fue mi mentor en Cambridge- y a su hipótesis del cerebro social, él dedicó su discurso inicial a Humberto Maturana. En mayo de 2009, antes de mi primer viaje al Congo, asistí a una conferencia que reunió a varios científicos y pensadores de sistemas complejos. Estaba Nicholas Humphrey, Stuart Kauffman y Frijof Capra, entre otros. La reunión comenzó con un homenaje a la «Santiago School of Cognition» y a la trascendencia del Árbol del conocimiento. Luhmann, el sociólogo alemán, también lo citaba como fundacional. En 2010 en las selvas del Congo me encontré con que los investigadores japoneses llevaban consigo una copia del Árbol… Lo reconocí por la ilustración de Maturana con su bufanda famosa. 

Como buen naturalista integrador, Maturana tendía puentes. Uno de esos puentes esenciales fue el que extendió entre la biología y la vida humana. Más específicamente, la biología de los vínculos. ¿Cómo se pueden estudiar empíricamente los vínculos? ¿Qué es una relación? Es algo que nos define, pero al mismo tiempo es invisible. Me lo preguntaba al estudiar monos y cuervos en Cambridge el 2005 con investigadores alemanes que citaban a Maturana. Su trabajo en teoría de sistemas y el concepto de acoplamiento estructural o coadaptación fue central en mi manera de entender las interacciones de juego después en la selva. Muchas veces sentí no haberlo aprovechado más y haber partido tan luego. 

La Escuela de Cognición de Santiago -Maturana, Varela, Jorge Mpodozis y sus colegas- nos ayudó mucho para pensar en grande. Para afinar la capacidad de integrar. El barco de navegación son los seres vivos, como están hechos. Y el ancla que nos impide ahogarnos en un mar de pensamientos potencialmente infinitos es el peso de lo vivo. Una amplitud de mirada que no está libre de zozobra, pero que vale la pena intentar. No hubiera habido preguntas que buscaran las relaciones entre el bienestar social en humanos y la conducta de animales salvajes en las selvas profundas sin Maturana. Al menos, para mí. No hubiera visto los riesgos y los peligros de las serpientes en la base del árbol del conocimiento. Su trabajo, el humus de una selva enorme. 

Tengo diferencias con el pensamiento de Maturana, en especial con su discurso de los últimos años. Una de ellas es que mi experiencia estudiando los primates más tolerantes y amorosos que conocemos: lo bonobos. Me di cuenta que la cooperación no reina sola, sino que coexiste de forma dinámica con el conflicto y la competencia. Existen en todos los niveles de organización de la vida que conocemos, en todos los sistemas. Sus balances, dinámicas y proporciones es un campo de estudio enorme. Los peligros de abordar esta pregunta de manera simplista son múltiples -entre ellos, caer en la falacia naturalista.

Con la edad se aprende a no buscar perfección en los seres humanos, una misión vacua, sino agradecer las oportunidades de aprendizaje. Humberto Maturana nos entregó aportes enormes. Nicanor Parra decía ‘tarea para la casa, vivir la contradicción sin conflicto’. Al pensar en el legado de Maturana, creo que se puede añadir algo como: «tarea para la casa, vivir la complejidad, y manejar el conflicto».