¿Los queremos con rebeldía?
Los menores quemados en el INBA por la explosión de una bomba que ellos mismos manipulaban debieran causar alarma nacional. No solo por lo que significa para la educación pública. También por la institucionalización de una deformación moral que se ha incubado, especialmente, en los establecimientos “emblema” de la educación estatal: la justificación de la violencia.
Este fenómeno admite avales. Algunas autoridades políticas, provenientes de la izquierda más radical, han cohonestado y ensalzado el uso de la violencia a través de un subterfugio ideológico, a tal punto de que esta perdió su capacidad de ser comprendida de manera racional.
Cuando ciertos conceptos se desvirtúan o se emplean de forma instrumental, dejan de ser herramientas que permitan comprender objetivamente la realidad. En lugar de ello, se transforman en estímulos emocionales o afectivos que sirven para justificar determinadas acciones, especialmente en el campo de la política. Esto es lo que ha pasado con la violencia en algunos de nuestros establecimientos educativos. Se ha pretendido mediante la coacción, buscar legitimar ideas sin importar el daño que causen a la educación y a la convivencia democrática. Aunque la violencia es un componente natural de la vida, esto no implica que debamos administrarla maniqueamente al ocultar su atrocidad.
Por años se han enmascarado realidades que resultan incomprensibles en nombre de una gran causa. En este caso, consagrar una mejor educación. Obnubilando así a las verdaderas víctimas de estos episodios: apoderados, estudiantes y a toda la comunidad educativa, quienes se convirtieron en meros “medios” de “fines” admitidos por políticos que rehusaron disuadir las acciones violentas. Es aquí donde cabe la siguiente pregunta: si la bomba no hubiera explotado antes de tiempo y cumplido su objetivo original, ¿habría generado una condena transversal por parte de toda la clase política?
Frente al fenómeno de la violencia, que en realidad trasciende al campo de la educación, vale la pena releer a Jorge Millas. En su famoso ensayo “Las máscaras filosóficas de la violencia”, sugiere que un posible punto de partida para evitar esta “instrumentalización” sería comenzar por juzgarla éticamente y sustraer las deformaciones morales e intelectuales que son usadas para justificarla. La estabilidad de nuestro país dependería, en gran medida, de lograrlo.