La utopía abyecta
La exposición de Arturo Duclos en el Centro Cultural de Vitacura ha causado revuelo por su supuesta reivindicación del octubrismo. El artista, por su parte, comentaba en una entrevista que le extrañaba la incultura de algunos vecinos, cuyos reflejos inquisitoriales fueron activados por su muestra.
Pero más allá del burdo (y peligroso) conato por sabotearla o prohibirla, la muestra de Duclos, así como algunas de sus declaraciones, invitan a preguntarse por algunos de los símbolos que surgieron con ocasión del «estallido». Duclos, como seguramente muchos otros artistas, ve en los hechos acaecidos entonces no sólo una explosión irracional de violencia, sino también —y a pesar de dicha violencia— una promesa: la de una sociedad otra, tal vez no muy definida, pero no por ello menos atractiva.
Dicha utopía —o su imprecisa, pero seductora promesa— se dejaba adivinar, si no en todos, sí en muchos de los símbolos levantados durante la protesta. La idea de la utopía subyacente es no ólo atractiva, sino también alentadora. Sin ella
“No es necesario que el artista tome distancia crítica de las utopías que se construyen con los símbolos, como los del ‘estallido’. Pero el público no debe rendirse a su obra: su juicio crítico es la contrapartida de la libertad del artista”.
no queda más que la violencia gratuita, nihilista. Con ella, todo puede, pese a todo, haber tenido algún sentido. Supuesta, además, la utopía, el artista tiene garantizado su lugar, como arúspice de los fenómenos sociales: la interpretación de los símbolos es, a fin de cuentas, el desciframiento de la utopía. El genio artístico ofrece la llave de ese desciframiento.
Los símbolos, como las utopías, son sin embargo ambivalentes. Incluso traicioneros. El artista o el poeta puede captar un símbolo, expresarlo, pero eso no significa que pueda contener o tan siquiera aprehender todos sus significados. El artista, dicho de otro modo, no tiene ni el monopolio ni el control de los significados de los símbolos que él mismo plasma. El significado de los símbolos, además, no suele ser unilateral: por ejemplo, el retiro de la estatua ecuestre del general Baquedano de la plaza que lleva su nombre fue celebrado por unos como un triunfo, pues la interpretaron como una victoria simbólica del pueblo contra la oligarquía, el statu quo y el patriarcado; para otros, por el contrario, significó la derrota literal y simbólica del Estado de derecho, del gobierno de Sebastián Piñera y/o del sentimiento patrio. Otro tanto ocurre con el «perro Matapacos», el «Jardín de la resistencia» y demás símbolos del «estallido», que los octubristas tan celosamente han venerado.
De ahí que la utopía que presuntamente evocaba el humo de las barricadas sea, en realidad, para otros, una utopía abyecta, conducente a la anarquía, al caos y en último término a la violencia. Es imposible evitar esta interpretación, toda vez que los símbolos de dicha utopía emergieron de un furor báquico y ariano, ávido de fealdad y desolación.
Quizás la fascinación con los símbolos sea una condición necesaria para la creación artística. En tal caso, no es necesario que el artista tome distancia crítica de las utopías que con ellos se construyen. Eso no significa, sin embargo, que el público deba rendirse a su obra. Por el contrario, la contrapartida de la libertad del artista es el juicio crítico del público, juicio que, por lo demás, la polivalencia de los símbolos, asegura.