La universidad del futuro
Siempre es una buena noticia que un país decida poner entre sus prioridades a la educación superior y que lleve este tema al primer lugar de la discusión pública, pero deja de serlo cuando el debate se ancla en el pasado y permanece capturado bajo una mirada anticuada, que pretende someter las universidades a la tutela del Estado y restringir la libertad de sus proyectos educativos.
Todo esto no solo es perjudicial para el sistema universitario, sino que contradice las tendencias internacionales sobre educación superior. El foco de la deliberación en los países desarrollados está en torno a cómo mejorar los modelos educativos a través de la innovación, cómo lograr una investigación de mayor impacto, cómo construir modelos formativos más globalizados e interdisciplinarios, cómo incorporar nuevas tecnologías a los procesos de aprendizaje y cómo potenciar la vinculación con el medio, entre otros. En resumidas cuentas, cómo conseguir que la experiencia universitaria sea de verdad transformadora para los estudiantes. Todo esto, con una mirada de futuro, para adecuarse con rapidez y oportunidad a los cambios que se están produciendo vertiginosamente, tanto en la sociedad como en el mercado, que demandan capital humano cada vez más adaptable y flexible.
¿Cuál debería ser, a nuestro juicio, el eje de la conversación? ¿Cuáles son los grandes desafíos que enfrentamos? ¿Cómo seguimos avanzando hacia el desarrollo? ¿Cómo aumentamos la productividad? ¿Cómo creamos más y mejores empleos? ¿Cómo competimos con el mundo? ¿Cómo recuperamos altas tasas de crecimiento, que traen progreso y bienestar? Estas son algunas de las preguntas que deberían orientar el debate.
Se echan de menos en la discusión pública tópicos como los trabajos del futuro y cómo los programas académicos se están haciendo cargo de preparar a los alumnos para estos. No se habla de cómo las universidades pueden cerrar brechas y aportar con investigación aplicada, que mejore la productividad y el bienestar de las personas. No hay un debate serio sobre la incorporación sistemática del inglés en los programas de estudio y la formación de capital humano global. Igualmente, se extrañan temas como el rol de las tecnologías digitales y cómo estas pueden hacer el proceso de aprendizaje más efectivo, o cómo rompemos paradigmas y construimos proyectos educativos interdisciplinarios donde los estudiantes adquieran habilidades de trabajo colaborativo.
También sería interesante que el debate versara sobre cómo generamos más competencias de innovación y emprendimiento en nuestros estudiantes, para formar profesionales que puedan aplicar su creatividad en el desarrollo de proyectos disruptivos, que se transformen en nuevas empresas que, a su vez, transformen la economía nacional.
La lista de pendientes es larga. Sin embargo, no todo está perdido. Si a nivel de políticas públicas no hemos logrado conducir la discusión en la dirección correcta, al menos podemos hacer el esfuerzo desde cada institución.
En la Universidad del Desarrollo estamos convencidos de que el debate sobre la universidad del futuro es necesario y urgente, y es por eso que llevamos 27 años trabajando en una propuesta de educación superior moderna para Chile. Es en este contexto en que, junto al IE University de España y al Tecnológico de Monterrey de México, hemos organizado el seminario internacional Reinventing Higher Education: La Universidad del Futuro.
El objetivo es invitar a romper paradigmas, a probar nuevas y mejores maneras de cumplir con nuestro rol en la sociedad. Creemos firmemente en una educación abierta al mundo y que se globaliza para ofrecer más y mejores opciones a sus alumnos. El futuro se construye con más colaboración interdisciplinaria. Creemos en la investigación orientada por misión, que crea valor para la sociedad a través de nuevos productos, servicios, innovaciones y emprendimientos. Hemos probado que someter tempranamente a nuestros alumnos a los desafíos del mundo laboral los prepara mejor. Estamos seguros de que debemos hacer un esfuerzo muy serio por hacer desaparecer esa clara frontera que existe hoy entre la empresa y la universidad, y transformarla en una línea difusa, que los estudiantes universitarios puedan cruzar una y otra vez, a lo largo de su proceso formativo.
En definitiva, sabemos que la dirección en la que debemos movernos es la opuesta a la que se plantea hoy en Chile. Tal vez si todos hacemos el esfuerzo de cambiar el debate y trabajamos juntos por construir la universidad del futuro, podremos pensar en que algún día nuestro sistema universitario competirá seriamente por transformarse en un actor relevante a nivel regional y mundial, cuestión que por ahora se ve bastante lejana.