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UDD en la Prensa

La tercera ciudad

 Pablo Allard Serrano
Pablo Allard Serrano Facultad de Arquitectura y Arte

El debate en torno a las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), ha abierto en muchos de nosotros inquietudes respecto a nuestro futuro económico en la “tercera edad”. Esa ansiedad por saber cuánto hemos ahorrado, cuánto recibiremos de pensión y cómo será nuestra calidad de vida en 20 o 40 años más, también debería plantearse en torno a dónde y cómo viviremos.
Las ciudades chilenas hoy son hostiles a las personas de tercera edad. Eso lo viven nuestros padres y abuelos, quienes a diario lidian con aceras irregulares, empinadas escaleras en servicios públicos, empujones en los buses, señalética ilegible y la descortesía de aquellos que se hacen los dormidos para no ceder el asiento en el Metro. Este problema no es exclusivo de los adultos mayores, también afecta a miles de personas discapacitadas, mujeres y madres embarazadas, bebés en coche, obesos mórbidos y todos quienes presentan dificultades para desplazarse.
Por suerte, en marzo pasado se publicó en el Diario Oficial la modificación de la Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones que adecua dicho reglamento a las exigencias de la Ley 20.422 (que establece Normas sobre Igualdad de Oportunidades e Inclusión Social de Personas con Discapacidad). Esta norma exige que todo espacio o edificio público cuente con una “ruta accesible”, incorporando según sea el caso, los accesos, los recintos y áreas del edificio que esta ruta conecta. Esto significa que se podrá garantizar desde el proyecto la existencia de un itinerario libre de obstáculos, gradas o barreras que asegure el desplazamiento independiente de todas las personas, desde el estacionamiento hasta todos los recintos de uso público. Por tratarse de una exigencia por ley, estas condiciones serán revisadas por las Direcciones de Obras Municipales, y deberán estar implementadas en todos los edificios públicos y bienes nacionales de uso público en marzo del 2019. Difícil desafío para arquitectos y fiscalizadores si se piensa que sólo una escuela de arquitectura en Chile, la UDD, cuenta con un diplomado en Técnicas de Accesibilidad Universal, Entornos y Estrategias Inclusivas.
Nuestra tercera ciudad no sólo va a requerir espacios y servicios accesibles. Aquellos más afortunados podrán vivir con familiares jóvenes que les presten ayuda y compañía, pero muchos tendrán que migrar a hogares, residencias o condenados a la soledad. Sin embargo, la economía compartida ya está cambiando los formatos de vivienda de los mayores, como el caso del co-housing de Trabensol en España, donde los residentes tienen a su disposición toda la infraestructura y el personal que las necesidades y problemáticas de la edad puedan demandar, sin perder por ello la independencia, intimidad o libertad. En cuanto al espacio público, vale la pena revisar iniciativas como las del urbanista Gil Peñaloza, que visitará nuestro país en los próximos días y desde Canadá lidera la ONG 880cities.org, promoviendo medidas para que la ciudad permita el desplazamiento libre y autónomo de todos los ciudadanos entre los 8 y los 80 años.
En sólo cuatro décadas, la esperanza de vida de los chilenos aumentó de los 66,8 a los 80,5 años. Junto con ser la generación más numerosa en nuestra historia, si hoy no nos preocupamos de nuestros mayores, es hora de pavimentar el camino para que la ciudad de nuestra tercera edad sea adecuada a ese futuro que hoy tanto nos inquieta.

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