La ética de hacer ética en Qatar
Escribo esta columna desde Doha, Qatar, donde me encuentro participando -como la única representante de Chile-, en el 17avo. Congreso Mundial de Bioética, cuyo foco es “Religión, Cultura y Bioética Global”. Desde el momento en que se anunció que Qatar era el país elegido para realizar este evento, se levantaron voces de bioeticistas de distintos lugares cuestionando que se haya elegido un país musulmán como anfitrión, por considerar que se estaba avalando una cultura que no promueve los derechos humanos, especialmente el de las mujeres. Esta protesta quedó plasmada en revistas de circulación internacional y destacadas académicas europeas y norteamericanas decidieron no asistir, llamando a boicotear el evento.
¿Tienen razón en su reclamo? A primera vista, uno diría que sí, puesto que la asistencia a este evento podría dar la impresión de que se está de acuerdo con las violaciones a los derechos humanos que ocurren en estos países. A modo de ejemplo, en Qatar está penalizada la homosexualidad; los derechos y libertades de las mujeres parecen supeditados a los de sus maridos y, durante la preparación del mundial de fútbol las condiciones laborales, especialmente de trabajadores extranjeros, habrían sido deplorables.
Otros, en cambio, consideramos que para promover espacios de mayor desarrollo, es importante estar acá, sobre todo considerando la temática del congreso. Un encuentro de bioeticistas no puede desconocer que se espera un incremento de la población musulmana de 1.500 millones en 2010 a 2.200 millones en 2030, llegando así a alrededor de un 25% de la población mundial. Las causas son variadas (migraciones, alta natalidad, aumento en la calidad de vida y disminución de la mortalidad infantil, entre otras explicaciones), pero será la religión que mayor crecimiento tendrá en los próximos años.
En la discusión bioética, ninguna voz debiese ser silenciada, puesto que la bioética es un campo inclusivo, donde todas las voces importan, especialmente aquellas que habitualmente están subrepresentadas en este debate, dominado por la visión europea y norteamericana de la bioética, con poca participación de expertos del Medio Oriente, África y Latinoamérica. Esto significa, necesariamente, aceptar que las voces de las distintas religiones y su mirada a temas bioéticos relevantes, son importantes de ser escuchadas. El problema surge si al defender una u otra postura se dan argumentos de fe, cerrándose así a la discusión o al examen crítico de las razones que se han esgrimido. Diríamos que esa persona, que toma una postura y considera que es la única válida, es alguien “dogmático”; esta postura la puede tener alguien que sostiene una verdad religiosa e ignora todo lo secular, como también aquellos que sostienen que las religiones no tienen cabida alguna en un mundo globalizado.
Tal como señalaron los organizadores del evento, el aprendizaje mutuo de diversas culturas y tradiciones morales es la mejor manera de que nuestra comunidad académica sea verdaderamente global y evite los defectos derivados de los discursos etnocéntricos puesto que, a fin de cuentas, es en el encuentro con otros que piensan distinto donde uno puede aclarar su punto de vista, cambiarlo, o mejorarlo.
La actitud de mis colegas que llamaron a boicotear el evento me recordó la de aquellos parlamentarios quienes, molestos porque en la cuenta anual el Presidente Boric anunció que enviará un proyecto de ley de aborto libre y pidió darle urgencia al trámite de la ley de eutanasia, decidieron retirarse de la sala. Con esa actitud rechazaron de plano poder escuchar argumentos contrarios y, a su vez, haber podido fundamentar sus posturas.