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UDD en la Prensa

La enseñanza de la filosofía: más allá del currículo, más cerca del aula

 José Garrido
José Garrido Docente Facultad de Gobierno

En el reciente debate que ha suscitado la aparente “exclusión” de la filosofía de la educación media hay que precisar algunos puntos. Primero que nada, cabe destacar que el CNED realizó observaciones, las cuales buscan la “clarificación de la orientación [de la asignatura] desde un punto de vista disciplinar y la incorporación de habilidades de lecturas y análisis crítico de textos”. En resumen, exigen situar la asignatura dentro de un campo y ampliar las temáticas tratadas, incluyendo la ética y la metafísica.
Como precisa Carlos Ruz en su blog, “el CNED no tiene atribución alguna para eliminar asignaturas del currículo nacional, sino que están focalizadas en los siguientes puntos, consagrados en la Ley Nº 20.370 conocida como “Ley General de Educación” (LGE), y que vino a reemplazar la Ley Nº 18.962 llamada “Ley Orgánica Constitucional de la Enseñanza”. La polémica por tanto se centraría en la siguiente observación: el considerando Nº6 inciso a), se dice que “Si bien existe consenso en que las asignaturas de Filosofía y Ciencias Naturales son necesarias y aportan significativamente al desarrollo del pensamiento crítico, lógico y científico de los estudiantes, no existe acuerdo entre los consejeros acerca de la pertinencia de que formen parte de la Formación General Común para todos los estudiantes de III y IV medio”. Es importante aclarar que por formación General Común se comprende al núcleo de asignaturas que son obligatorias para todos estudiantes. A estas asignaturas se sumarían, en III y IV medio, las asignaturas de Formación General Complementaria (con obligación de la escuela de impartir, pero alguna flexibilidad para el estudiante para elegir) y las asignaturas electivas.
En mi opinión, el centro de la cuestión sin embargo no está en observaciones más, observaciones menos sobre la obligatoriedad o no de un curso, el detalle de su contenido y otras minucias. En rigor, la filosofía hace años que no se enseña en Chile como asignatura obligatoria (ni sus contenidos responden a sus preguntas fundamentales). Un esbozo de historia y algo de psicología es lo que ofrecen sus programas. Los temas de fondo son dos: ¿Es este paradigma de obligatoriedad curricular la idónea para responder la pregunta qué y cómo enseña filosofía en un proyecto educativo público? ¿No se pone, por lo mismo, a la filosofía, una disciplina esencialmente metodológica, de razonamiento y reflexión, en un orden que le es ajeno, esto es, como una parcela más entre otras de asignaturas?
El enfoque de derechos que se le ha querido dar en la esfera de la defensa pública de la enseñanza de la filosofía tampoco da respuesta a cómo enseñamos filosofía y cuál es su rol dentro de lo que se ha llamado la formación general. En definitiva, cuál es el rol del filósofo en el contexto de la educación escolar. Parece más bien una defensa corporativa con buenas intenciones, la que no comparto en el fondo, no obstante soy parte del “gremio”. Y es que, a mi juicio, lo anterior se debe principalmente a que el paradigma curricular impide abrirnos a comprender los cambios que se están produciendo en la oferta de plataformas para visualizar actividades y contenidos escolares. Videojuegos, animación, cine documental, plataformas web, repositorios en línea ya ofrecen contenidos de manera más económica y de mejor calidad que la grosera oferta de textos escolares, comprados o no por el Ministerio de Educación. La pregunta seguirá siendo cómo enseñamos y cómo logramos generar habilidades asociadas a los “contenidos” de la filosofía, que además son transversales y se entrecruzan con todas las disciplinas impartidas en la escuela. Dudo que detrás de Coursera (https://www.coursera.org/), Kahn Academy (https://www.khanacademy.org/), The Purdue Online Writing Lab (https://owl.english.purdue.edu/), MIT OpenCourseWare (https://ocw.mit.edu/index.htm), etc., estén expertos curriculares del tipo de los que están construyendo las bases observadas. La oferta educacional de estas plataformas surge de ejercicios flexibles y bottom up, y no de planificaciones rigidizantes top down del tipo que proponen el Mineduc y que se discuten el CNED. Y en eso radica su rotundo éxito.
Debemos reconocer que las bases curriculares y los programas son instrumentos, y no fines, y cabe enfocarnos mejor en lo que más importa: la pregunta de cómo enseñamos dentro del aula (con todas las contingencias prácticas que enfrenta un docente en el siglo XXI), y así daremos luz a un debate más fructífero, que clarifique cuál es la contribución que puede dar la filosofía al desarrollo del pensamiento crítico del estudiante, y explicite cómo lograr su enseñanza de manera exitosa, en su relación con otras “materias”. Esto, más allá de la discusión circular sobre la obligatoriedad o no de una asignatura estanca, concebida en un contexto institucional rigidizante que debe ser cuestionado desde sus orígenes. En efecto, a mi juicio parte importante de la discusión curricular hoy día debiera enfocarse en problematizar la idoneidad de la existencia de un currículum centralizado basado en la coacción. Y, de paso, hacer justicia con la idea platónica del carácter voluntario de abrirse a la formación y diálogo filosófico, no obstante está implícito en todo proceso educativo.

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