La cultura de lo inmediato
Qué duda cabe de que el desarrollo económico hace más abundantes los recursos, siendo el caso de Chile un ejemplo. Se podrá retrucar que como nuestra distribución del ingreso es de las peores de la OECD, el acceso a bienes se encuentra mal asignado y, por lo tanto, hay sectores importantes de la población excluidos del bienestar. Sin embargo, no sabemos con certeza cuánto ha cambiado dicha distribución en los últimos 50 años y, más aún, pareciera que es más persistente de lo que creemos. De lo que sí tenemos evidencia es de que las condiciones de pobreza y acceso a bienes han mejorado significativamente; en particular, desde un punto de vista cualitativo. En efecto, los pobres de finales de los 60,70 y 80 son muy distintos a los de hoy. Diversos indicadores lo muestran con elocuencia, desde la desnutrición infantil, pasando por los niveles de escolaridad, hasta el acceso a bienes llamados «durables», que de durables tienen poco.
Aclarado lo anterior, una de las características de la emergencia de una sociedad de mayor abundancia es la frecuencia con que los individuos pueden satisfacer sus deseos, una suerte de continuidad entre necesidad y satisfacción. En EUGENIO GUZMÁN ASTETE Decano Facultad de Gobierno Universidad del Desarrollo palabras de Albert O. Hirschman, el espacio que media entre consumo y satisfacción es menor, lo que nos lleva a un contexto en el que la decepción por el consumo es mayor. Es decir, los bienes y servicios nos procuran menos satisfacción a medida que tenemos más abundancia de ellos. Lo que también significa que nos acostumbramos a la inmediatez de la reaüdad.
Sin embargo, ello tiene límites. Las posibilidades de sustitución entre bienes no son las mismas: si no me gusta comer fruta, la puedo reemplazar por carne de manera muy simple. No ocurre lo mismo con el automóvil que nos compramos hace unos meses: su reemplazo o sustitución no operan de forma inmediata, y los bienes que podríamos emplear para satisfacer el desasosiego que nos produce el deseo de sustituirlo (consumiendo otras cosas) son bastante imperfectos.
Lo relevante en este proceso es que nos enfrentamos a un estado permanente de satisfacción-insatisfacción o, tal vez, de «fehcidad-infelicidad», lo que nos hace menos receptivos a observar el progreso en nuestras vidas e incluso en las de otros, pero sobre todo nos lleva a mirar el mundo de forma instantánea y localizada, como un aquí y ahora, y no como una secuencia.
Esta suerte de cultura de lo inmediato se ha asentado aún más con la llegada de tecnologías de la información que hacen más inmediata e instantánea la realidad. Es así como, a través de un mensaje de texto o un twitter, se puede «declarar» muerta a una persona sin estarlo (si no, pregúntele a la escritora Isabel Allende).
Pero el punto no es si estas tecnologías son buenas o malas, correctas o no. El tema de fondo es si, como resultado de estas prácticas, confirmamos una idea de inmediatez de la realidad en la que olvidamos que lo que es verdadero, correcto o incorrecto no es lo que a primera vista vemos sentimos o deseamos. La realidad no se nos revela de manera instantánea y, por lo tanto, nuestros deseos e imágenes no pueden ser considerados como juicios terminados de lo que hacen otros o de lo que deben hacer. El no reparar en esto y sucumbir en el vértigo de lo inmediato nos lleva a suponer que, por el hecho de desear algo, se constituye en un derecho, o que lo que vemos en una imagen es la verdad. Por el contrario, la realidad admite muchas mediaciones, no es evidente siempre.
Lo más grave, y el peligro permanente, se aprecia cuando las autoridades públicas (cualesquiera ellas sean) actúan conforme a esta actitud; es decir, respondiendo a los humores de lo inmediato, desatendiendo el hecho de que así no hacen más que confirmar esa actitud y renunciar al rol que le cabe a toda autoridad o poder: situar las cosas en lo que son o lo que es correcto.
a Sucumbir en el vértigo de lo inmediato nos lleva a suponer que, por el hecho de desear algo, se constituye en un derecho».