Hero Image

UDD en la Prensa

Innovar es más que un diseño bonito

 Rodolfo Espinoza
Rodolfo Espinoza Docente Facultad de Diseño, sede Concepción

Hace unos meses, un estudiante presentó un proyecto de taller con renders impecables, tipografía cuidada y un eslogan potente. Cuando alguien le preguntó: “¿Y funciona?”, se encogió de hombros y respondió: “No sé, pero se ve bien”.

La escena podría pasar inadvertida, pero encierra una verdad incómoda: confundimos apariencia con innovación. Nos basta con que algo luzca moderno para declararlo disruptivo. Y así, Chile se llena de vitrinas brillantes, pero de fondo, seguimos estancados.

En Chile, cuando hablamos de innovación, la primera imagen que viene a la mente suele ser la de un producto llamativo, un evento tecnológico o un startup pitch. Nos fascinan las luces, los escenarios y las pizzas con cerveza. Pero la pregunta clave rara vez aparece: ¿qué problema real estamos resolviendo? Es más fácil mostrar un prototipo brillante que asumir el trabajo duro de validarlo en terreno. Lo superficial pesa más que la transformación real. El riesgo es que, en la carrera por lucir innovadores, terminemos produciendo vitrinas sin sustancia.

“Las cifras nos ponen frente al espejo. Según la Encuesta Nacional de Innovación 2021-2022, solo el 10,7% de las empresas chilenas declara innovar, la cifra más baja registrada en años. Entre las nuevas empresas, apenas un 1,5% se considera realmente innovadora, frente a un 12,3% promedio OCDE. Y el gasto nacional en investigación y desarrollo apenas llega al 0,39% del PIB, mientras que el promedio de países de la OCDE supera el 2,3%.

Chile se presenta en rankings internacionales como un país “con buen ecosistema emprendedor”, pero la realidad es más compleja: avanzamos poco en innovación empresarial, y los esfuerzos quedan atrapados entre políticas públicas insuficientes y un sector privado que privilegia resultados inmediatos por sobre inversión en el largo plazo.

No se trata solo de cifras: es un tema cultural. Vivimos en un país que valora la foto antes que el proceso, el pitch antes que la validación. Nos preocupamos por estar “a la moda” tecnológica, aunque lo que copiemos no tenga sentido en nuestra realidad local. La innovación de escaparate es cómoda: luce bien, genera titulares y da la sensación de avance. Pero es frágil. Como un maniquí en vitrina, resulta atractivo, aunque incapaz de dar un paso.

El verdadero diseño es incómodo, obliga a hacer preguntas como ¿sirve? ¿Mejora algo? ¿Resiste el tiempo? ¿A quién beneficia y a quién excluye? Innovar de verdad es investigar antes de celebrar, probar antes de declarar éxito y medir su impacto. Innovar es también atreverse a decir “esto no basta”, incluso cuando la presentación se ve impecable.

Y es aquí donde surge un dato relevante: en Chile, la mayoría de los diseñadores aún son percibidos como ejecutores de encargos estéticos, no como actores estratégicos. Según el informe 2023 de la World Design Organization sobre tendencias globales del diseño, en América Latina el rol del diseñador en empresas se concentra en comunicación visual y productos, mientras que en países desarrollados participan en gestión de innovación, planificación de servicios y definición de políticas públicas.

El desafío es ampliar el alcance del diseño. El Foro Económico Mundial ha señalado que disciplinas creativas como el diseño estratégico y el diseño de servicios serán clave en la próxima década para generar soluciones sostenibles y centradas en las personas. Eso significa que los diseñadores deberían tener un asiento en la mesa de decisiones, aportando análisis, visión de futuro y criterio de impacto.

Es por ello que Chile necesita un giro cultural: pasar de la obsesión por la apariencia a la obsesión por el impacto. Y eso no se logra con más vitrinas, sino con investigación, colaboración y valentía para enfrentar la incomodidad de diseñar lo que no luce de inmediato. El camino requiere voluntad política, inversión sostenida y un cambio en la mentalidad empresarial. Pero también, formar nuevas generaciones de diseñadores que no se conformen con “verse bien”, sino que se atrevan a sentarse en la mesa de decisiones y construir lo que perdura.

La diferencia entre posar y transformar está en la valentía. Posar es sencillo: basta con lucir bien en la foto. Innovar, en cambio, es caminar cuando nadie aplaude, sostener una idea cuando la moda ya pasó y diseñar soluciones que resistan el tiempo. El país no necesita más vitrinas. Necesita innovación que dure. Y eso solo se logra cuando dejamos de mirar el reflejo y empezamos a construir el camino.