Incertidumbre china
Uno de los elementos más importantes de un sistema político, son las reglas de sucesión o selección de autoridades. En regímenes democráticos, donde existe el Estado de Derecho, dichas normas son simples y claras. Las elecciones cada cuatro a seis años, con o sin reelección, se suman a un largo etcétera que es parte de nuestra cultura. Algo que entendemos perfectamente. Sin embargo, en sistemas no democráticos, este mundano proceso se complica significativamente. Por este motivo, líderes autoritarios, dictadores y monarcas, prestan tanta atención a este tema, dado que las estructuras de sucesión generan efectos en la sociedad y la economía.
En lo concreto, el 16 de este mes tendrá lugar el XX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, allí, los principales líderes chinos se reunirán en Beijing por alrededor de una semana, y tomarán decisiones respecto a la hoja de ruta de los próximos cinco años. Lo que incluirá la selección de la cúpula más alta del poder. En este contexto, se espera que el Presidente chino Xi Jinping sea reelecto para un inédito tercer mandato, rompiendo así con el aparataje institucional creado en la década de los 80. Este escenario representa la desinstitucionalización de la política china, junto con la consolidación del poder en manos de una sola autoridad.
Deng Xiaoping, quien lideró China desde finales de los 70 hasta entrados los 90, creó la institucionalidad necesaria para evitar disputas violentas dentro del aparataje del Partido Comunista Chino. ¿El resultado? Desconcentración del poder en una sola autoridad, para así evitar los vicios cometidos por personas como Mao Zedong. A esto se le sumó el recambio de las autoridades gracias a un límite de dos mandatos para la máxima magistratura, y el retiro obligatorio según edad, lo que contribuye a nutrir el sistema con líderes más jóvenes, e impide la coaptación total del poder. Tal como ocurrió en Cuba, donde en un momento la cúpula partidaria estaba totalmente controlada por un cerrado círculo de octogenarios.
Dichas reformas han contribuido a la prosperidad de China, ya que reducen la incertidumbre e incrementan la predictibilidad, elementos centrales que influyen en la inversión y en cualquier proyección económica de largo plazo.
A pesar de los obvios avances en esta materia, la institucionalidad china no es perfecta, y los conflictos dentro del aparataje estatal son particularmente despiadados. En este contexto, el actual líder chino, Xi Jinping, asumió el poder en 2012. No sin antes enfrentar una marea de rumores, que incluyeron una total desaparición de los medios por dos semanas, lo que dio pie a la especulación sobre un potencial asesinato o detención.
Por desgracia, desde Chile y Occidente en general, muchas veces vemos la política china como simple y aburrida, asumimos instantáneamente que existe un control total de la cúpula sobre un país simplemente inmenso, con una población mayor a la de todo el continente americano. La realidad es mucho más compleja, y ad portas de lo que posiblemente será la reunión de líderes chinos más importante en las últimas décadas, nuestros ojos deberían estar puestos en el gigante asiático, dado que las decisiones que se tomen ahí impactarán a China y el mundo no solamente por los próximos cinco años, sino que probablemente por dos o tres décadas.
En definitiva, este desarrollo debería preocupar a Chile, dado que significa que nuestro principal socio comercial se está alejando de ciertas estructuras que le dieron estabilidad por más de tres décadas, lo que contribuye a la incertidumbre que vive la sociedad internacional. En ese sentido, sería simplemente catastrófico para nuestro pequeño país que un gigante como China se embarque en un ciclo de inestabilidad autoinfligida.