Impuestos: mirada larga
La discusión de temas tributarios está teniendo una mirada muy corta, sin hacerse cargo del impacto de largo plazo de las distintas propuestas. Por ejemplo, respecto de las exenciones el foco -a nivel técnico- ha estado en la revisión de las mismas, apuntando a la eliminación de aquellas abiertamente injustas o que ya no se justifiquen.
Pero en el mundo político hay quienes promueven la idea de terminar con todo, sin mayor raciocinio. En el ámbito de la minería, apenas empezó a manifestarse un alza en el precio del cobre surgieron propuestas para aumentar el royalty, con el argumento de que la minería paga pocos impuestos, y que las rentas obtenidas se están yendo hacia afuera. No hay referencia alguna al impacto que una iniciativa de este tipo tendría sobre la viabilidad de largo plazo de nuevos proyectos mineros, en un contexto en que en forma paulatina se ha venido perdiendo competitividad.
Hay quienes sostienen que los impuestos a las empresas no tienen un impacto siginificativo en las decisiones de inversión de largo plazo, ya que la mayoría de los proyectos rentables se llevan adelante al margen de cual sea la tasa de impuesto corporativa, dentro de rangos “razonables”. Habiendo abundante literatura especializada que desmiente esta aseveración, la prueba más visible de que la tributación sí tiene efectos se encuentra en la reciente propuesta de la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, en cuanto a establecer un impuesto mínimo global para las trasnacionales.
En un contexto en que el Presidente Biden está proponiendo un alza en la tasa corporativa de 21% a 28%, existe el temor de que las empresas busquen un domicilio diferente, que les permita pagar menos impuestos. En vista de ese riesgo, Yellen propone nada menos que un “cartel tributario” para proteger a las economías con tasas más altas -la tasa promedio en los países OCDE se 23,5%- de aquellas que durante los últimos años se han hecho su espacio por la via de cobrar impuestos más bajos. El caso más paradigmático es el de Irlanda, que aplicando una tasa corporativa de 12,5% se ha convertido en sede de importantes empresas que operan globalmente, y que -insólitamente- ha sido acusada de “competencia desleal” por utilizar la herramienta tributaria para ganar competitividad.
Esta discusión constituye la mejor demostración de que el tema tributario sí importa a la hora de tomar decisiones de inversión en uno u otro país. Y a propósito de esto, mirando la situación de Chile, cabe tener en cuenta que en el ranking de competitividad tributaria que periódicamente elabora la Tax Foundation, nuestra economía ocupa uno de los últimos lugares entre los países de la OCDE, pero éste no parece ser motivo de mayor preocupación.
Sin embargo, el problema en Chile no se limita a la elevada carga tributaria que deben soportar las empresas, habiendo una importante anomalía en lo relativo a la tributación de las personas: de acuerdo la OCDE, en Chile sólo el 9,7% de la recaudación total corresponde a impuestos directos pagados a nivel personal (la cifra más baja entre los países miembros), cargando las empresas con el 21,1% del total. En Nueva Zelanda, por ejemplo, las personas aportan el 37,2% del total recaudado, mientras que a nivel corporativo la carga bordea el 15%. No habiendo más espacio para subir la carga de las empresas, un tema crucial que se deberá abordar, por tanto, es el de la racionalización de la tributación a nivel de las personas.
Todo lo anterior puede y debe ser discutido, pero ello requiere de una mirada larga, completamente ausente en el debate político de hoy.