Hacia una ciudad compartida
Un concepto que cobra fuerza es el de la economía compartida, definida por el cambio de paradigma que las tecnologías de la información y las redes sociales están generando en diversas instancias de la vida económica, política y social. La principal característica de este fenómeno es conectar directamente, y sin intermediarios o barreras, necesidades con capacidad de respuesta. Este nuevo paradigma ya se evidencia en las ciudades, donde fenómenos como Uber o Airbnb están poniendo en crisis las estructuras tradicionales de servicios de transporte y hotelería en todo el mundo.
Las dinámicas urbanas propias del desarrollo están derivando en una saturación de la capacidad de carga de muchas ciudades y barrios. El dramático crecimiento económico viene lamentablemente acompañado de conductas y hábitos individualistas y fragmentados, donde las posiciones particulares se imponen por sobre los intereses de la comunidad. Esta saturación se expresa en el crecimiento del parque automotriz, la expansión urbana sin internalizar los costos sociales de la suburbanización o los problemas de contaminación ambiental, acústica y visual. Si no generamos un cambio de conducta, la calidad de vida y la sustentabilidad de nuestras ciudades se verá puesta en jaque.
La respuesta está en el origen mismo de la ciudad: la comunidad. Es hora de replantearnos aquellas funciones urbanas que no necesariamente deben ser resueltas en forma individual o fragmentaria, y pensar qué aspectos de nuestra vida diaria pueden ser compartidos. Donde más hemos avanzado es en la movilidad compartida, ya sea en la promoción del transporte público, las 13 comunas que adhirieren a BikeSantiago o el recientemente estrenado sistema Awto de automóviles compartidos. Por otro lado, el reemplazo de los antiguos medidores eléctricos en varias comunas de la capital ofrece una nueva forma de registrar y medir remotamente el consumo y la generación de energía a escala doméstica, abriendo oportunidades únicas para co-generar y compartir excedentes. A ellos debemos agregar también manifestaciones recientes como los espacios de co-work, co-living y otros que están por nacer. Si bien estos últimos aún son embrionarios, tenemos en Chile una tradición histórica de solidaridad y comunidad, particularmente en los barrios populares, donde la feria y las ollas comunes han sido parte de nuestro ADN y presentan un potencial sin precedentes para construir ciudad compartida, no sólo desde las tecnologías sino también desde las raíces propias de nuestra identidad.
Si ciudades como Seúl ya adhirieron al concepto, y están promoviendo programas radicales de “ciudad compartida” como política pública, bien vale la pena preguntarse qué oportunidades nos ofrece la “ciudad compartida” para avanzar hacia mayor calidad de vida y cuáles son las barreras para compartir nuestra ciudad.
Las respuestas a estas preguntas serán exploradas el próximo 11 de agosto en el VII Foro Santiago 2041, a realizarse en el Parque Araucano y organizado por Chilectra, Siemens, IBM y la UDD bajo el lema: ¿Santiago: Ciudad Compartida? De esta manera celebramos los 500 años de la fundación de Santiago, en una ciudad donde todos seamos parte y compartamos los beneficios de nuestra calidad de vida.