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UDD en la Prensa

Gratuidad, vulnerabilidades y decisiones

 Patricio Ramírez Azócar
Patricio Ramírez Azócar Docente Bienestar y Salud- Concepción

El poder estudiar gratis en la educación superior es un anhelo importante para muchos. Pero eso que es gratis, alguien lo paga, porque para que esa formación se pueda llevar a cabo, mucho debe costearse. Entonces, ¿de dónde se financian las instituciones de educación superior? Si ha de ser el Estado quien financie, entonces está en todo su derecho de exigir calidad de los procesos formativos, uso eficiente de los recursos, admisión de alumnos considerando sus diversos tipos de vulnerabilidades entre otros. Mal que mal, en dicho escenario las instituciones estarían recibiendo dinero de todos los contribuyentes Pero, ¿tiene el Estado la receta mágica de cómo hacer de una universidad una institución de calidad? No la tiene, así como tampoco la tienen otros sectores y privados vinculados al mundo de la educación.
La educación de calidad no está dada por si la institución es pública o privada, tradicional o recién formada, por si se financia con aportes del Estado o si es un benefactor el que paga. Ese es un razonamiento lineal que no aplica en este caso, pues los resultados de todo proceso formativo están multideterminados y, sobre la base de un diagnóstico preciso es que se puede sustentar el accionar.
Claro, no podemos esperar a que pasen generaciones tras generaciones de estudiantes para empezara hacer algo, pues ya disponemos de algunos diagnósticos que no deben ser desconocidos. Por ejemplo, el trabajo y análisis de años liderado por el doctor Francisco Javier Gil, fue determinante y contundente para la incorporación del ránking en el proceso de admisión único a las universidades. Podemos discutir el modo, la fórmula de cálculo y las correcciones a ellos, pero no podemos discutir que quienes fueron los mejores alumnos en la enseñanza media en relación a su contexto, si deciden entrar a la universidad y reciten algunos apoyos específicos pueden lograr una formación exitosa.
Ahí la calidad no tiene nada que ver con la gratuidad ni con dónde estudian esos alumnos, porque ellos traen sus potencialidades y fortalezas como un recurso personal, y es una obligación moral el brindarles todas las oportunidades y ayudas. Se lo ganaron, se lo seguirán ganando y podrán ser, si así lo quieren, un aporte al país Si la universidad debe ser gratuita para alguien, ellos son los primeros de la fila.
Pero, ¿y los alumnos vulnerables? La vulnerabilidad económica no es la única que debe ser puesta sobre la mesa. También está la académica, aquella presente en un grupo no menor de estudiantes que no sólo no viene bien preparado, sino que no hace lo que se debe hacer para alcanzar logros académicos altos: no es perseverante, se esfuerza lo mínimo, no lee, no asiste a clases, no se planifica, sus motivaciones por estar en la universidad están lejos de ser académicas. ¿Gratuidad para ellos? Creo que debieran ser los últimos de la fila.
Distinto es el caso de quienes recibieron mala formación en su educación y que no tienen muchos conocimientos ni habilidades de entrada, pero que sí tienen disposición a esforzarse, mejorar sus hábitos, técnicas y estrategias como estudiantes, que luchan día a día contra los desafíos que les pone la academia. Ahí, es más difícil señalar en qué lugar de la fila situarlos. Lo interesante es que todas las universidades tienen estos tres tipos de estudiantes, por lo tanto, si se considera no sólo la vulnerabilidad económica en la determinación de dónde se estudia gratuitamente (donde el Estado pagará por los estudios), no debiera quedar otra alternativa que hacer más complejo el esquema de asignación de esos recursos.
Así como es justo que el Estado exija a las instituciones a las que les da recursos que los usen bien, los contribuyentes debemos exigir a los representantes del Estado que llagan bien su trabajo de asignar dichos recursos, lo que en este caso requiere no sólo manejo político y sus eslóganes, sino que también un manejo experto y técnico.