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UDD en la Prensa

Fractura espinal

 Pablo Allard Serrano
Pablo Allard Serrano Facultad de Arquitectura y Arte

La ciudad es fiel reflejo de la sociedad, y Santiago amanece hoy herida y fracturada. En una ciudad segregada espacialmente, donde las oportunidades, los bienes públicos, parques y servicios no están al alcance de todos por igual, y las balas de narcos destruyen la vida de niños humildes mientras otros tememos caernos del scooter, el transporte público era uno de los pocos elementos que podía mitigar estas diferencias, un atajo hacia la equidad, acercando las oportunidades y rompiendo con las dinámicas de exclusión. En este contexto, Metro era la Columna Vertebral que sostenía frágilmente al sistema de transportes de la capital, reduciendo los tiempos de viaje para más de 2 millones de personas y construyendo equipamiento de calidad donde más se necesitaba.

¿Por qué entonces se desató la ira contra el Metro? Circunscribir el conflicto al alza de los pasajes a estas alturas es un error, basta revisar las demandas de los miles que salieron a las calles -pacífica o violentamente- para entender que el alza de tarifas era una excusa, o la oportunidad para exacerbar y tangibilizar un descontento social cuyas raíces son mucho más complejas e inefables.

En este contexto Metro no es culpable, sino más bien víctima de sus virtudes. La empresa modelo del Estado, aquella que nos enorgullece por su eficiencia y gestión. La que aparecía en todos los rankings como la más querida por sus usuarios mostró un flanco de vulnerabilidad fácil de atacar. Primero fue la desobediencia civil de los estudiantes con la evasión masiva, que lamentablemente escaló a grupos antisistémicos que encontraron en las estaciones, torniquetes y vagones la oportunidad para visibilizar y destruir todo lo que Metro representaba.

Esta es probablemente la paradoja más triste de este estallido social, si había algo rescatable del infame Transantiago fue precisamente la democratización del tren subterráneo. Antes Metro era un lujo reservado para pocos, y gracias a la tarifa integrada, el costoso tren subterráneo se validó socialmente, permitiendo que millones de personas pudieran acceder a sus beneficios. Finalmente pudo cumplir su rol como transporte masivo y no como el orgullo de las elites. A esta democratización de la movilidad le correspondió cargar con la sobredemanda de pasajeros que pudiendo viajar en bus preferían compartir su metro cuadrado con otras 6 personas con tal de llegar a tiempo a la pega, y más encima financiar el déficit operativo de los buses, ya que más de un tercio de la tarifa de Metro era para pagar el deficitario sistema de superficie.

Hoy lunes esta columna vertebral amanece fracturada, paralizada y con diagnóstico reservado. Más difícil aún será la reconstrucción de la concordia y la paz social, restituir la confianza en las instituciones y abrir el diálogo. Más que una enfermedad esto es síntoma de los tiempos, otra señal que Chile sufre dolores de crecimiento para llegar al desarrollo, una advertencia a las elites que la prosperidad tiene sus costos, y que algo estamos haciendo o comunicando mal.