Estados Unidos, China y la teoría de juegos
La guerra comercial entre las dos mayores economías del mundo continúa escalando. China ha anunciado que prohibirá exportaciones de metales clave para la fabricación de chips a EE.UU., en respuesta a las restricciones impuestas por Biden al envío de microchips avanzados hacia China.
La escalada de proteccionismo implicará no solo pérdidas importantes de bienestar derivadas del libre comercio, sino que incluso podría dejar, junto a una gran montaña de costos para el mundo, a ninguna de las dos potencias como ganadora. Un análisis simple desde la teoría de juegos permite iluminar la cuestión.
En la arena de las relaciones internacionales, la racionalidad de las decisiones de un país depende de lo que espera que haga el otro. Así, la decisión de EE.UU. depende de la acción de China, y viceversa.
El problema es el siguiente: por razones que exceden las puramente económicas, y que tienen relación con intereses geopolíticos, los líderes de cada lado se ven inclinados a aumentar sus aranceles si el otro no lo hace: con ello debilitan industrias clave de la potencia rival, aumentando así la influencia propia.
Sin embargo, quedan en una peor situación si ambos deciden hacerlo, ya que las ganancias geopolíticas se anulan, y terminan solo asumiendo los costos económicos de los aranceles. Pero dado que a ambos les conviene proteger inicialmente, es eso lo que termina ocurriendo. ¿El resultado? Ambos quedan en una peor situación que si ninguno de los dos hubiese decidido hacerlo. Es lo que se conoce como equilibrio de Nash.
Bien vale notar que este equilibrio persiste porque ningún líder mejora su posición cambiando unilateralmente su estrategia. Alcanzar el equilibrio óptimo, donde cesan las restricciones al comercio, requiere cooperación.
El caso del programa de reducción arancelaria después de la Segunda Guerra Mundial ilustra cómo la cooperación puede llegar. Tras la Gran Depresión, muchos países comenzaron a aplicar medidas proteccionistas para resguardar sus economías. Sin embargo, al final de la guerra, con economías en el piso y una escalada arancelaria a cuestas, decidieron poner fin a este equilibrio, logrando un acuerdo en que todos comenzarían a soltar la protección, lo cual impulsó la recuperación económica de posguerra. Fue el nacimiento del GATT, que se traduciría en 1995 en la creación de la OMC.
De ahí que la pregunta que hay hoy sobre la mesa no es si acaso llegarán o no a un acuerdo (a largo plazo es inevitable), sino si las dos potencias más grandes del globo tendrán la previsión suficiente para alcanzarlo antes de que la destrucción de bienestar sea demasiado grande. El regreso de Trump y las respuestas firmes desde Beijing sugiere pocas esperanzas de que ello ocurra prontamente.
Uno de los motores clave detrás de la consolidación de la democracia liberal durante la segunda parte del siglo XX fue el rápido crecimiento económico de posguerra. Como ha apuntado Yascha Mounk: dado que todos se beneficiaban, las tensiones del sistema eran pasadas por alto. Hoy, tanto la democracia liberal como el crecimiento se encuentran debilitados, y es probable que tenga que ver precisamente con esto.
Al final del día, la guerra comercial está distrayendo a las dos economías más grandes del globo de lo que realmente importa para crecer en el largo plazo. ¿Podrán ambas potencias revertir este mal equilibrio a tiempo, permitiendo impulsar el crecimiento que hoy más que nunca el mundo necesita?