Estado, ¿botín o botón?
En su reciente paso por Chile, uno de los mentores de los libertarios, el economista español Jesús Huerta de Soto, señaló que “impulsar el desmantelamiento del Estado con las enseñanzas de la ciencia económica (no cualquiera, la suya evidentemente) es el gran desafío actual” (2025). A su entender, “el triunfo definitivo en esta guerra de la ciencia económica contra el “estatismo cultural” que hoy la corrompe y encorseta, solo se hará evidente con la plena elaboración teórica primero y completa plasmación práctica después del ideal libertario del sistema anarcocapitalista” (J. Huerta de Soto, 2025).
En su mirada, el Estado debe ser tan minúsculo que “incluso la justicia, el orden “público” y la prevención, represión y sanción del delito sean proporcionados por procesos de mercado basados en la cooperación voluntaria” (2025). Cuesta imaginarse esa propuesta libertaria llevada plenamente a la realidad, pues bien podría convertirse en una suerte de neofeudalismo que desconozca los siglos que ha tomado la conformación del Estado moderno. Sin embargo, aunque no hay duda de que la seducción que despierta este Estado desmantelado entre algunos responde a una verdadera convicción, también puede que en otros sea producto del fastidio que provoca el Estado botín.
Este último es aquel al que se arriman quienes buscan servirse de él, sin importar si cuentan con experiencia, conocimiento o habilidad que aportar al crecimiento y bienestar del país. La frase “A mí no me den, pónganme donde haiga [sic]”, atribuida a un antiguo político radical, pasó a ser la síntesis perfecta del partidario del Estado botín. Más allá de la evidente y necesaria existencia de los funcionarios públicos de trayectoria y de los recién llegados de la confianza del gobierno de turno, el problema se suscita cuando el Estado crece innecesariamente, hasta transformarse en una bestia hercúlea e ineficiente, que poco puede avanzar con tanta grasa inútil a cuestas y termina sirviendo a los ciudadanos en códigos kafkianos…
¿Le han solicitado en algún trámite ante una oficina estatal su certificado de nacimiento para acreditar que usted nació y existe, certificado que, por cierto, emite el mismo Estado? ¿Ha abortado un proyecto que podría haber dado trabajo a muchos chilenos y riqueza al país por la lenta y engorrosa “permisología”?
Es que el Estado botín se mueve con inercia y desconfianza, no repara en lo absurdo ni en lo obsoleto, no distingue entre la oportunidad y la desidia, ronca mucho, pero progresa poco. Inventa cargos que nadie sabe para qué sirven, se enreda en la burocracia y confía en que “alguien” entre muchos haga el trabajo.
Claro que esta bestia colosal es muy atractiva, porque ofrece frutas muy jugosas. Basta con considerar que una de ellas, las municipalidades, en los últimos 10 años (2013-2023) ha aumentado el gasto en personal en un 79,1% real (Dipres, 2023), y entre 2023 y 2024 en personal de planta en un 6,37% y a honorarios, en 3,96%. No es un tema menor, pues, según un estudio reciente, si nuestro país destinara a personal municipal la misma proporción de recursos que el promedio de los países de la OCDE (37%), podrían ahorrarse US$ 2.553 millones al año (0,85% PIB)” (Obach y España, 2024).
Entre el Estado botín y el Estado mínimo, se encuentra lo que podría denominarse Estado botón. Es aquel de tamaño justo, ni muy grande ni muy chico. Al igual que ese modesto artefacto que, cuando no es un mero adorno, cumple el esencial rol de mantener la prenda de vestir en su lugar, con la finalidad de que quien la lleva se mueva con seguridad y soltura. Si es muy grande no entra en el ojal, y si es muy pequeño impide que el traje permanezca en su sitio. Solo si es del tamaño perfecto cumple con su razón de ser. De manera muy discreta en ciertos casos, más vistosa en otros, pero nunca quitándole protagonismo ni a la prenda ni al individuo que la viste.
De esta manera, un Estado botón es aquel que con un tamaño justo sirve realmente a la sociedad, se hace cargo de sus necesidades de manera eficiente, permite que los individuos y las comunidades se desarrollen en libertad, realiza aquello que las personas no pueden hacer por sí mismas, les da alas, pero al mismo tiempo las protege y cuida. Como desde los tiempos de Hobbes y Montesquieu, sabe que los santos no abundan, vela para que se cumplan normas y leyes, para que se respete la separación de poderes, para que nadie se salte la Constitución.
En momentos de elecciones es importante conocer cuál es el rol (y tamaño) que los distintos candidatos asignan al Estado y si buscan servirlo, servirse o desmantelarlo.