Entre las amarras del poder y la desafección ciudadana
La desafección con la política no es algo ni nuevo ni propio de Chile. A finales de los años 80, un 14% confiaba mucho en partidos políticos, 30 años después sólo un 6% declaraba lo mismo. Si bien, en Chile a principios de los ’90 un 21% declaraba que confiaba mucho, ello podría explicarse por el retorno a la democracia. Lo concreto, es que hoy varía entre el 7 y el 3%.
Pero esto no sólo se aplica a los partidos políticos, también lo apreciamos en otras instituciones, tales como el Poder Judicial, el Congreso y el Gobierno, aunque con mayor profundidad en el caso de nuestro país.
Dos factores que inciden son el generacional y ciclo de vida: los nacidos en las generaciones posteriores al plebiscito, quienes han disfrutado de la democracia, parecen más críticos, a lo que se suman otras hipótesis. A modo de ejemplo, que la modernización (más educación y acceso a bienes) ha hecho menos importante el rol del Estado y las instituciones públicas en la vida cotidiana de las personas, y en consecuencia no se las ve como tabla de salvación en su cotidianidad (la encuesta CEP muestra algunas claves). Otra explicación es que aunque influyan son mal evaluadas en su desempeño (ineficientes), no conectan ni hacen bien su labor (ejemplos, delincuencia y educación). En fin, que la política se ha vuelto abstracta, llena de lugares comunes, sin atender a aspectos más cotidianos y de efecto más inmediato.
En este contexto, la idea de aumentar las exigencias para la formación de nuevos partidos es contradictorio con la idea de fomentar la participación y, por ende, el surgimiento de nuevos liderazgos y hasta mayor confianza. Los argumentos sobre la necesidad de garantizar mínimos de representación, no tienen que ver con que existan menos facilidades.
Las elecciones, la práctica real, es lo que determinará cuán representativos sean los partidos: cuántos votos obtengan y parlamentarios logren. Lo que afectará la representatividad es la posibilidad de que los partidos compitan en pactos en el nuevo sistema electoral. Así, con muy pocos votos un partido podrá obtener un escaño, en la medida que con una buena negociación pueda beneficiarse del chorreo proveniente de los votantes de un partido más grande, en la medida que éste se omita y no lleve candidatos o simplemente se sumen los votos.
Más o menos exigencias, no necesariamente aumentarán o no la fragmentación o representación, pero si podría posibilitar aumentar la participación y confianza en el sistema.