El sistema electoral del Congreso no da para más
Los desacuerdos para conformar la mesa de la Cámara de Diputados en las últimas semanas; la incapacidad para construir acuerdos políticos relevantes en temas como pensiones; la complejidad de alcanzar un acuerdo que dé paso a una nueva etapa en el proceso de reformulación constitucional. Estos son sólo algunos ejemplos de la dificultad que enfrenta el sistema político para construir acuerdos relevantes y en un período razonable de tiempo. La combinación entre un régimen presidencial y un sistema proporcional de elección parlamentaria está generando dificultades de gobernabilidad que afectan la vida cotidiana y que pueden, además, tener consecuencias significativas para el futuro.
No se debe adjudicar esta falta de gobernabilidad sólo a la crisis de representatividad, o a la crisis social o al momento constitucional. Tampoco a la brecha generacional ni a la polarización política.
Los sistemas electorales pueden ser evaluados respecto de sus efectos en representatividad y en gobernabilidad. La primera busca que los legisladores reflejen las preferencias del electorado, de tal forma que el cuerpo de representantes sea un espejo de las diversidades presentes en la sociedad. La gobernabilidad, por otra parte, es la capacidad de modificar el status quo, esto es, de aprobar proyectos de ley.
Por supuesto, ambas propiedades -representatividad y gobernabilidad- son deseables en un sistema electoral. Y, sin embargo, existe una tensión entre ellas. El cambio de sistema electoral que aprobó Chile recientemente permite ilustrar no solamente esta tensión, sino la relación de dichos sistemas con la forma de gobierno.
Hasta 2015, el sistema electoral que rigió en Chile fue el binominal, que favoreció la gobernabilidad, pues mientras menos actores existen, menores son los costos de la negociación. Pero a raíz de las críticas que recibió por sus problemas de representatividad, a partir de las elecciones de 2017 se reemplazó por un sistema de representación proporcional. El cambio en el sistema electoral permitió la entrada de nuevas fuerzas políticas en Chile -incluso una nueva coalición como el Frente Amplio-, favoreciendo la representatividad. Sin embargo, generó también fricciones entre los distintos partidos, que debían diferenciarse para atraer electores.
Lo anterior, bajo un gobierno presidencial como el nuestro, supone otros problemas. En un sistema parlamentario, los legisladores tienen los incentivos para alcanzar acuerdos, formar coaliciones y escoger así un jefe. De no hacerlo, la responsabilidad ante la opinión pública por la inestabilidad del país será exclusivamente suya y con ello se juegan sus votos a futuro. En un gobierno presidencial los legisladores no tienen tales incentivos -más bien al contrario-, ya que el jefe de gobierno es escogido directamente por la ciudadanía. Esto diluye las responsabilidades y dificulta la gobernabilidad del sistema en su conjunto. Esta es la situación que atraviesa Chile hoy. Un gobierno minoritario y un parlamento fragmentado. Este sistema no da para más.
“La combinación entre un régimen presidencial y un sistema proporcional de elección parlamentaria está generando dificultades de gobernabilidad que afectan la vida cotidiana y que pueden, además, tener consecuencias significativas para el futuro”.
Ernesto Silva y María Paz Raveau, Faro UDD.