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UDD en la Prensa

El riesgo Milei

 Felipe Schwember Augier
Felipe Schwember Augier Profesor investigador de Faro UDD

Cualquiera que repase las historias de las utopías podrá comprobar que se han propuesto todas las ideas que quepa imaginar. Literalmente: sociedades sin propiedad, sociedades sin hombres, sociedades sin familias, etcétera. Lo que resulta curioso, sin embargo, es que, en un giro propio de Borges, una de esas utopías irrumpa en la realidad, en la persona de un candidato presidencial. Eso es lo que ha ocurrido en Argentina con la victoria de Javier Milei en las PASO, pues el anarcocapitalismo al que adhiere es una de esas utopías. Concretamente, la utopía de que la lógica de los intercambios voluntarios de derechos de propiedad con la que funciona el mercado es la única que necesita una sociedad para que en ella haya justicia.

La versión “de izquierda” de esta utopía es el libertarianismo, al que Milei declara en ocasiones también adherir por razones pragmáticas. El libertarianismo es una variación de la utopía del mercado, pues entiende que la policía, los jueces y las Fuerzas Armadas no pueden ser privados. Todo lo demás sí.

¿Cuál podría ser el atractivo de esta utopía? Simple: en ella cada uno carga con los costos de las propias decisiones. Nadie impone unilateralmente costos a otros ni les dice a los demás cómo vivir. Cada uno se relaciona con quien quiere y cómo quiere y, en fin, la vida de cada uno es solo lo que cada uno escogió para sí. Esta breve descripción permite comprender el éxito de Milei. En una sociedad como la argentina, arruinada por el populismo y el clientelismo peronista, por la inflación crónica y por una extensísima corrupción; en una sociedad cuya izquierda se dedica a pontificar, a sermonear a la población diciéndoles cómo deben hablar, cómo se deben vestir, qué deben comer, qué deben comprar, a quién y en cuánto; en una sociedad como esa era, si no inevitable, sí al menos muy probable, que tarde o temprano surgiera alguien como Milei. Ese surgimiento ha despertado el más alborozado de los entusiasmos entre mucha gente de derecha. Ese entusiasmo es, creo, en el mejor de los casos, prematuro. Por dos tipos de razones.

Las primeras son teóricas e importan porque conforman la perspectiva política global de libertarios y anarcocapitalistas. En este sentido, no hay que perder de vista que tales teorías carecen de una teoría del gobierno y de la ciudadanía.Si nada es público, ¿cómo debe concebirse entonces la ciudadanía? ¿Y cómo la ciudad?

Aristóteles decía que es imposible que todo sea privado porque al menos el lugar en el que se asienta la ciudad es común. Como una prueba a contrario sensu del dictum aristotélico, las descripciones libertarias de la ciudad ideal recuerdan más un resort o un club privado que a una comunidad política.

Asimismo, tales teorías tienen enormes dificultades para encajar la democracia en sus sistemas. Como no ven la relación entre democracia y libertad política, la aceptan por razones puramente instrumentales o con “correcciones” tecnocráticas o epistocráticas, que habrían resultado gratas a Platón. O prefieren la monarquía. A todo ello se suman ciertas confusiones, que enrarecen y polarizan la discusión pública: los libertarios suelen confundir la libertad de expresión con el “derecho” a ofender; el chantaje con una oferta de compra del propio silencio; la patria potestad con la propiedad sobre los propios hijos; la libertad de asociación con el “derecho” a discriminar, y el derecho a la vida y la libertad personal con el derecho a vender los propios órganos o, en fin, a venderse como esclavo. Luego tenemos las dificultades prácticas: Milei no tiene estructura partidaria, probablemente no tendrá mayorías parlamentarias para sacar adelante las reformas que quiere impulsar, todas las cuales resultarían, además, muy dolorosas. Ha renegado del “gradualismo” y concibe a los adversarios políticos como enemigos, al igual que la nueva izquierda que se empeña en combatir (“los extremos se tocan”, dice un refrán).

Tanto las ideas como las formas de Milei son difícilmente compatibles con la democracia liberal. Uno de los problemas de todo esto es que, dado que se presenta como epítome del liberalismo, su fracaso supondría el descrédito no solo del libertarianismo y el anarcocapitalismo, sino también del liberalismo con el que la gente lo identifica. Milei supone un riesgo enorme para el liberalismo argentino y, por extensión, para el liberalismo en Latinoamérica. Supone, dicho de otro modo, un riesgo enorme para la centroderecha latinoamericana. La estruendosa derrota que le ha infligido al kirchnerismo no debe hacernos perder eso de vista.