El rey desnudo
Que todo gobierno tiene que dar a conocer sus proyectos, nadie puede objetarlo; no obstante, los problemas surgen en cómo se dan a conocer y qué expectativas generan. Este es el caso de la reforma electoral. En efecto, la presentación del proyecto ha estado cargada de frases grandilocuentes, una cruzada salvadora del sistema político chileno, pero el análisis del mismo revela que los posibles resultados son más modestos que las cualidades que se le atribuyen.
En primer lugar, uno de los objetivos del proyecto es la igualdad del voto, es decir, que un diputado en Arica requiera los mismos votos que uno en Puente Alto para ser elegido. Objetivo muy necesario en cualquier reforma. Para ello, se señala, es imprescindible aumentar el número de parlamentarios de 120 a 155. Pero ello es una verdad a medias. Por lo pronto, no es necesario un aumento de 35 parlamentarios para lograrlo. De hecho con sólo aumentar en 16 es posible mejorar la igualdad buscada sin aumentar el peso de la Región Metropolitana. Luego, señalar que no se está disponible para modificar el redistritaje propuesto significa afirmar que se prefieren las verdades a media.
Segundo, se ha planteado que no implica gastos. Esto es otra ambigüedad, pues ello rige para este período presupuestario. Luego, será una bomba de tiempo al prestigio parlamentario cuando se deban hacer ajustes. Después de todo, estamos hablando de un aumento del 30% en el tamaño del Congreso y de un ajuste no menor al tamaño distrital.
Tercero, se señala que esto permitirá una ampliación de la representación de partidos pequeños. Otra imprecisión. En el mejor de los casos en los distritos de ocho escaños, un partido tendrá la seguridad de obtener un diputado sólo si consigue más del 11%, de otro modo no obtendrán representación. La única manera será a través de pactar con los partidos o alianzas más grandes. Es lo que sucede hoy con el PC, ha sucedido por 25 años con el PRSD, y en su momento con el Partido Humanista. En este sentido, el riesgo de fragmentación interna de las coaliciones será mayor, haciéndolas más febles frente a la amenaza de los partidos pequeños.
Cuarto, se habla que la reforma introducirá mayor competitividad, y con ello mayor incertidumbre de quienes sean elegidos, lo que redundará en mayor participación electoral. Cabe recordar que la participación electoral promedio en el mundo, con toda variedad de sistemas electorales, ha seguido una trayectoria en la que después de un aumento sistemático desde 1945 -y teniendo su mayor nivel en los 80- ha disminuido sistemáticamente hasta hoy. En esto no nos engañemos, las causas son más complejas como para afirmar lo anterior. Y lo mismo se observa en relación a las ventajas de los que van a la reelección versus quienes los desafían, que es lo que encontramos en todo tipo de sistemas electorales.
En general, existen muchos otros temas que, por espacio, no he podido tratar aquí, pero que al igual que con los mencionados más arriba, revelan el mismo patrón: que el gobierno los presenta como verdades, no siéndolo, y se postulan como la panacea para resolver los problemas de nuestro sistema político, no siendo más que opciones tan válidas como otras que ni siquiera se consideran.