El regalo de Larraín
La política no siempre se nos presenta de forma clara y unívoca. Después de todo, sus protagonistas, los políticos, constantemente intentan generar hechos cuyos alcances no son evidentes a primera vista. Así, a veces se opera del mismo modo que una carambola en el billar: a través de un golpe, se puede afectar más de una bola.
No obstante lo anterior, esta ambigüedad debe tener alguna lógica, es decir, responder a algún esquema que permita al observador entender la dirección o sentido de las decisiones o acciones que se realizan. Si ello no se cumple, se corre el riesgo de generar toda suerte de confusiones que anticipan efectos no deseados
En este respecto, la renuncia con elástico que realizara Carlos Larraín podría calificarse de esos hechos en que no queda claro cuál era su propósito. En efecto, si lo que se trataba de transmitir era una señal de apoyo al ex ministro Ribera, ésta llegó un poco tarde. Si era una reacción ante el inminente nombramiento de Patricia Pérez como ministra frente a otras alternativas que posiblemente le parecían más cercanas, ello no quedó muy claro. Si el objetivo era realzar la figura de Andrés Allamandcomo “componedor”, los hechos posteriores sólo mostraron que de componedor, poco, puesto que las declaraciones del precandidato no lograron dicho objetivo, sino que acentuaron el conflicto. Por último, si simplemente se trataba de un exabrupto, algo poco común en el senador, la verdad es que sí consiguió que fuera visto de ese modo.
Si bien es poco probable que sepamos cuál era el propósito de toda esta escena, lo concreto es que Allamand y Larraín están más alineados que nunca, al menos en su interés de alejarse del Gobierno. En efecto, desde un principio ambos fueron críticos de La Moneda, y sólo después de la llegada del primero al gabinete la situación pareció amainar. Por eso no es extraño que hoy el precandidato aparezca señalando que “desde el día uno ha habido un déficit político” en el Gobierno. ¿Es esto una muestra de deslealtad? La verdad es que no necesariamente; si seguimos sus palabras es lo que siempre ha dicho y pensado. Lo que cabe preguntarse son las razones de haber sido parte del gabinete de un gobierno de este tipo. No obstante, eso es harina de otro costal.
Ahora bien, lo que resulta complicado es lo que sigue para adelante. En efecto, si la estrategia (o diseño comunicacional) del precandidato es la de separar aguas del Gobierno —es decir, alejarse lo más posible de éste—, lo más probable es que los conflictos seguirán sucediéndose en lo que queda de campaña antes de la primaria. La pregunta es si es eso lo que desean los militantes de Renovación Nacional.
Por otra parte, hasta el momento la gestión de Larraín ha sido exitosa: tiene el control del partido, ha logrado reducir la influencia de los liberales y algunos resultados municipales lo han fortalecido. El problema, sin embargo, es que el actual gobierno precisamente está constituido por un significativo contingente de militantes de su partido, partiendo por el Presidente; luego, la cuestión de fondo es si esta estrategia no terminará por afectar al propio Allamand.
Si de déficit se trata, la capacidad de generar acuerdos es uno de ellos y una política basada en el conflicto no favorece a la figura del ex senador: desafortunadamente, su imagen está construida en esos términos. Incluso sea tal vez uno de sus activos; sin embargo, no parece claro que criticando al gobierno de su coalición aumente sus posibilidades de ganar la primaria.