El dilema que plantea la abstención
Si pensamos que en cada elección presidencial el electorado envía un mensaje, en la que acaba de transcurrir debemos tratar de entender qué dijo esa gran mayoría que se quedó en su casa dejando a esta elección como la de más baja participación en nuestra democracia, en relación al potencial universo elector.
Son muchos los rostros que toma la abstención. El primer error sería tratar de unificarlos en solo uno; siguen sin votar los jóvenes a pesar de que están inscritos automáticamente; no votaron tampoco los que habían votado por otras candidaturas y en esta segunda vuelta dijeron «paso»; no votan los que manifiestan así su rechazo al sistema político. Junto a ellos tampoco votaron los que encuentran que todo da lo mismo y se quedan en un conformismo ausente.
Así se vuelve a ratificar que si en el pasado los cambios políticos surgían de cambios en las preferencias de los electores, hoy esos cambios se manifiestan por la vía de la no participación, es decir, de la salida del sistema quedando la decisión en quienes sí están dispuestos a asumir los costos de ir a votar, aunque sean una minoría.
Si comparamos con la elección presidencial del 2009, donde con voto obligatorio se eligió a Sebastián Piñera, debemos concluir que en esta elección ambas candidatas bajan en votos, pero finalmente Bachelet se impone por lograr superar en votos a Frei el 2009 y que Matthei no logra respecto del Presidente Piñera. La clave estaría no en convencer nuevos votos, sino que en ser eficiente en movilizar a los electores propios.
La Alianza debe tomarse en serio su falta de capacidad movilizadora, no sólo influida por los errores políticos cometidos, sino también por la falta de una organización adecuada para enfrentar el voto voluntario. Al igual que en las municipales, en las parlamentarias y en esta segunda vuelta se ha visto derrotada por una abstención que la golpea con mucha más fuerza que a la Concertación.
Con el voto voluntario se revaloriza la organización, las estructuras políticas, los dirigentes de base, los concejales y alcaldes, los diputados con trabajo territorial, en general todos aquellos liderazgos con permeabilidad social, cercanía y capacidad de llegar a cada rincón con un mensaje movilizador. Este es esencial si se espera que los electores entiendan cuáles son las razones para ir a votar.
En esto la Concertación ha demostrado ser más eficiente. Logró tener rápidamente un discurso mínimo movilizador, compartido y repetido por todos, y un liderazgo que pese a no imponerse en primera vuelta logró generar unidad ante la expectativa de volver al poder; esto, a su vez, potenció el trabajo de una extensa red de dirigentes y de estructuras partidarias al servicio de este único objetivo.
El resultado final de la elección está matizado por la abstención, como una preocupación de quienes sienten que la política -y sobre todo las grandes decisiones- debe ser capaz de convocar a todos y no sólo a unos pocos, especialmente si vemos que no tenemos como sociedad una institucionalidad que facilite y fomente el voto. Son muchas las debilidades o correcciones que podrán aportar a que el acto de votar sea más fácil, desde poner inteligencia al servicio de los ciudadanos y evitar por ejemplo que una misma casa cuatro electores deban concurrir a locales diferentes, o que el nuevo trámite de traslado de la inscripción electoral sea más engorroso y difícil que el anterior para inscribirse en el antiguo padrón.
El triunfo de Bachelet cuenta con toda la legitimidad de respetar las reglas de nuestro ejercicio democrático; el reconocimiento de Evelyn Matthei así lo manifestó, pero no querer ver y poner atención que la abstención amenaza el buen funcionamiento de nuestra democracia es una irresponsabilidad con el país.