Educar(se) en la diferencia
De acuerdo al estudio del INJUV “Percepciones en torno a la diversidad sexual”, los niveles de aceptación de los jóvenes entre 15 a 29 años ha mostrado un alza significativa respecto a incluir a la homosexualidad como una orientación sexual válida, evidenciando que a mayor nivel cultural, más aceptación.
Este punto nos lleva a reflexionar respecto a las variables sociales que intervienen en el desarrollo de las actitudes y prejuicios en las personas. Una manera de intervenir sobre ello es centrar la mirada en la educación en la diversidad. Particularmente, los primeros años de escolaridad son decisivos para la formación de esquemas cognitivos y valorativos que ocuparemos para mirar el mundo. Desde esta perspectiva, además de la familia, los profesores pasan a ser actores fundamentales de cambio, pues son modelos para mirar el mundo, se convierten en personas significativas para los niños y adolescentes y son trasmisores de normas culturales, incluidas actitudes.
Hoy sabemos que situaciones de discriminación son originadas desde las propias visiones de las instituciones educativas, lo que resulta nefasto para la salud mental de sus educandos, quienes, simbólicamente, prescriben el deber ser, legitimando la discriminación arbitraria.
Estos actos merman la autoestima de quien recibe la agresión, lo que provoca sufrimiento hasta límites poco imaginables, pero muy esperables en las consultas a psicólogos y psiquiatras. Es probable que una parte importante de las preocupantes tasas de suicidio que hoy se presentan en nuestros adolescentes tenga que ver con un constante sentir que no se es parte de una norma prescrita por sus autoridades simbólicas, sin poder hacer nada para cambiarlo.
La invitación parte de aquí, profesores y adultos en general; somos esas autoridades simbólicas a quienes ven los niños y adolescentes, nosotros somos quienes debemos aceptar las diferencias, educarnos y proteger a nuestras nuevas generaciones de la ignorancia de la discriminación arbitraria, una manera de hacerlo es utilizar la educación como una forma democrática para crear políticas de educación sexual que no sólo incluya afectividad y genitalidad, sino que eduque a nuestros niños, adolescentes y comunidad escolar en diversidad y en respeto por el ser humano.