Discurso Ceremonia Premiación profesores y alumnos de excelencia 2016
Esta noche celebramos una de las tradiciones que más nos enorgullecen en la UDD. Esta noche premiamos a nuestros mejores profesores y a nuestros mejores alumnos. Esta noche reconocemos a quienes se han destacado en cada carrera. A los estudiantes que obtuvieron las mejores calificaciones de parte de sus profesores y a los profesores mejor calificados por sus alumnos. Ésta es una noche de alegría y satisfacción. Una en la que hacemos un alto para reconocer a los mejores. A los que, sin duda, pusieron esfuerzo, disciplina y tesón para sacar adelante sus tareas. A aquellos que encarnan el amor por el trabajo bien hecho, que es como el lema de esta institución. A quienes ayudan con el ejemplo a hacer de ésta una universidad de excelencia.
Porque para nosotros tiene un especial sentido reconocer a los estudiantes que con esfuerzo han destacado por su sobresaliente rendimiento académico o por su espíritu de compromiso con los valores de nuestra universidad. Y es por eso que los distinguimos esta noche.
Y hoy también entregamos el premio a los mejores profesores de la Universidad. Porque queremos estimular, valorar y reconocer el trabajo que ellos realizan para implementar con éxito nuestro proyecto educativo. Se trata de los profesores a quienes sus propios alumnos ponen las mejores notas. Y quiero decirles que ésta es una distinción muy importante en esta universidad. Lo fue siempre, porque es parte de la cultura de nuestra institución reconocer y premiar a quienes mejor cumplen con nuestra labor central, que es la docencia de pregrado. Yo llevo 26 años haciendo clases en forma ininterrumpida y he ganado el premio en dos ocasiones, así es que se lo difícil que es superar a mis colegas profesores.
Antes de proceder con la premiación, quiero dirigirme a esta asamblea para comentar el buen momento que atraviesa la universidad hoy día, pero también para referirme acerca de los graves riesgos que enfrentan los proyectos independientes, como el nuestro, a raíz de lo que está ocurriendo con el Sistema de Educación Superior chileno.
Comienzo contándoles que la Universidad del Desarrollo se encuentra en un excelente pie, lo que se manifiesta año tras año en exitosos procesos de admisión en ambas sedes, que muestran como miles de estudiantes y sus familias confían en nosotros a la hora de elegir quien los preparará como profesionales para enfrentar el futuro. Son estos miles de alumnos, que llevarán con orgullo el nombre de la Universidad del Desarrollo el día de mañana, los que nos ratifican la calidad del trabajo que realizamos y el creciente prestigio que hemos alcanzado. Por la relevancia que tiene precisamente para el prestigio de la universidad, me parece indispensable contarles que nos encontramos en pleno proceso de acreditación institucional en este momento. A lo largo de todo el año 2015, nuestra comunidad universitaria se dedicó al proceso de autoevaluación, que permitió elaborar el informe de 400 páginas que describe en profundidad la situación de la universidad en cada una de las áreas de su quehacer.
También durante todo el año 2015, los directivos y profesores de varias de nuestras Facultades se abocaron a acreditar por primera vez o a reacreditar sus carreras. Podemos decir con orgullo que los resultados fueron muy exitosos y que las carreras de Odontología y Educación de Párvulos obtuvieron 5 años de acreditación, de un máximo de 7, mientras que Medicina, Ciencia Política, Psicología y Arquitectura obtuvieron una acreditación por 6 años, lo que las ubica entre las mejores del país. Además, durante los próximos 60 días, deberíamos conocer el resultado de las acreditaciones de Ingeniería Comercial, Enfermería, Fonoaudiología, Nutrición y Dietética y Tecnología Médica. Aunque nunca hay que cantar victoria antes de tiempo, tenemos muy buenas razones para estar optimistas en cada una de estas carreras.
Me detengo ahora en un punto de fondo que lamentablemente ensombrece el futuro de instituciones como la nuestra. Hoy las universidades chilenas se encuentran en la encrucijada de elegir incorporarse o no al Sistema de Gratuidad, que constituye un cambio radical respecto de lo que hoy existe en nuestro país.
La reforma, que se está preparando entre cuatro paredes, pone en peligro elementos esenciales del sistema universitario chileno. Porque detrás del slogan de la Gratuidad Universal, se esconde un nivel de intervención del Estado en las universidades chilenas, como no se había visto nunca en nuestra historia. Utilizando como caballo de Troya el sistema de financiamiento de las instituciones, se pretende otorgar facultades extraordinarias a la autoridad, que tendrá poder para decidir, entre muchas materias propias de la autonomía universitaria, cuántos alumnos debe tener cada universidad, qué carreras nuevas puede abrir, qué aranceles cobrar, además de la atribución para aplicar sanciones económicas millonarias a las universidades que no cumplan sus reglas.
Pero quienes hemos construido esta institución, sabemos bien que la UDD no nació para someterse a la voluntad del Gobierno de turno, sea del signo que sea. Nuestra universidad fue creada para hacer las cosas de una forma distinta. Para aportar nuevas miradas, procesos y buenas prácticas.
Entrar a un sistema como el que se está elaborando, sería renunciar al espíritu fundacional de la universidad. Sería faltar al compromiso que tenemos con las personas a las que hemos convocado a este proyecto. Sería matar el alma de esta institución, que se destaca por su capacidad de desafiar lo establecido.
Lamentablemente para nuestro país, las consecuencias de esta reforma se manifestarán por muchos años. Las consecuencias de lo que se está tramando ahora serán graves y probablemente tomará décadas corregir el daño provocado a las instituciones y a generaciones de estudiantes.
El sistema que existe hoy, permitió no solo aumentar la cobertura de la educación superior en forma exponencial, llevándonos a ser la envidia de toda Latinoamérica y mejorando la calidad de vida de cientos de miles de chilenos, sino que también permitió desarrollar un sistema diverso, con instituciones independientes y proyectos con sello propio. Universidades tan diversas como la Diego Portales, la Adolfo Ibáñez, la Cardenal Silva Henríquez, la de Los Andes, la Alberto Hurtado y la del Desarrollo constituyen un sistema en el que los estudiantes y sus familias pueden elegir de acuerdo a sus preferencias personales. Tener un sistema así de diverso tiene un valor tremendo para el país. Es una demostración de lo bien que funciona y un llamado a preservarlo. Es un llamado de atención a quienes quieren pasar una retroexcavadora y refundar el Sistema de Educación Superior, sin entenderlo ni conocerlo bien. Es la evidencia que indica que cualquier reforma, debe construirse sobre lo que ya se hizo bien, abandonando los delirios ideologizados que hemos escuchado a lo largo de los últimos dos años.
Mi temor es que las universidades que acepten someterse a la tutela del Estado, con los años verán empobrecerse la calidad de su trabajo intelectual y dependerán cada vez más de los gobiernos de turno, que determinarán cada año, cuántos recursos entrega a cada una. Sobre esto, leo a ustedes las palabras de Carlos Peña, Rector de la UDP, que, a diferencia de nosotros, decidió entrar a la gratuidad:
“Nada se saca con un programa de gratuidad que restringe severamente los recursos de los que hasta ahora disponían las instituciones o que las somete a entregas y pagos discrecionales que se apartan de los compromisos públicos contraídos… Si ello sigue ocurriendo, a poco andar el destino de muchas universidades chilenas -y no precisamente privadas- repetirá el destino de la tradicional universidad latinoamericana: gratuita, pero masiva y de baja calidad, presionando sobre el Estado para resolver sus problemas, con académicos impedidos de desenvolver su vocación intelectual. Y eso, en vez de remediar la situación de los grupos más desaventajados, simplemente la encubrirá o la disfrazará con un simulacro de oportunidades, porque los más desventajados seguirán en desventaja, solo que ahora lo harán provistos de un certificado”.
La verdad es que queda poco por decir, después de este diagnóstico tan lapidario del Rector Peña. Es por eso que tengo la convicción de que las universidades que tengamos la valentía de desafiar esta pésima política pública, podremos mantenernos fieles a nuestra identidad y seremos coherentes con nuestros proyectos educativos. Tenemos claro que quienes no ingresemos al Sistema de Gratuidad deberemos pagar altos costos en el corto plazo, pues el Gobierno utilizará su poder para empujar a las universidades a suscribirlo y tratará de ahogar financieramente a las que nos atrevamos a optar por la libertad y la autonomía. Sin embargo, tenemos certeza absoluta de que en el largo plazo nuestra decisión será recompensada.
El momento que enfrenta hoy nuestra universidad es determinante. Probablemente como ninguno que haya vivido hasta ahora. Por eso es que debemos estar a la altura. Autoridades, profesores, colaboradores y alumnos, debemos entender de verdad que lo que está en juego es la supervivencia de la UDD como un proyecto independiente y autónomo. Debemos mirar con perspectiva las consecuencias de las decisiones que deberemos tomar en los próximos meses y años. Deberemos rechazar la tentación de dejarnos llevar por la corriente y estar preparados para asumir los costos que significará quedarnos fuera de un sistema que, a no dudarlo, dañará gravemente a muchas universidades chilenas y a sus estudiantes.
En la UDD, creemos que el quehacer universitario requiere de libertad y autonomía, para que rinda los frutos que la sociedad espera. La intervención del Estado debe remitirse al mínimo posible, para no asfixiar a las instituciones de educación superior. Lamentablemente, en los últimos dos años, hemos visto como éstas se ven amenazadas por un Estado al que se le ha despertado un apetito voraz por tener un rol controlador.
Otra característica preocupante de este proceso ha sido la total y absoluta falta de disposición de la Divesup para escuchar a quienes discrepan de sus puntos de vista. Me consta, porque he participado en algunas reuniones con autoridades del Ministerio de Educación a lo largo de estos dos años y he podido constatar que su discurso no cambia nada, independientemente de las buenas razones que expertos de distintas sensibilidades les han hecho ver. El objetivo final, de establecer un sistema en el que el Estado controla a las instituciones y determina cuantos recursos entregarle a cada una, no ha cambiado desde el primer día. Desde los primeros borradores, hasta las minutas que circulan hoy, el propósito de erigir al Estado como el ente determinante de las oportunidades en la educación superior, se mantiene incólume, pese a las opiniones en contrario, que desde el mismo Sistema y desde buena parte del espectro político han aparecido. Y quiero decir con toda claridad esta noche, que no veo ninguna razón para creer que una mayor intervención estatal llevará a mejorar el Sistema. Al efecto, cito a Ignacio Sánchez, Rector de la PUC, que también adhirió a la Gratuidad:
“La minuta conocida se centra en destacar el rol de las universidades estatales, lo que refleja una propuesta extremadamente estatista de la educación, por lo que no podemos aceptarla”.
Como ustedes podrán juzgar, hay categóricas razones de fondo por las cuales no nos incorporaremos al nuevo Sistema. Sin embargo, también hay razones de forma que hacen impensable siquiera considerar participar del mal llamado Sistema de Gratuidad. La primera es la preocupación por la manera en que se ha llevado adelante este delicado proceso. De hecho, hasta el momento hemos visto un nivel de improvisación sin precedentes. Baste con recordar que la determinación de quienes serían beneficiados por la gratuidad cambió cinco veces en pocos meses, para culminar en una glosa presupuestaria que era arbitraria e inconstitucional, por lo que debió sufrir un nuevo cambio de último minuto.
Lo más grave y preocupante estriba, sin embargo, en los problemas financieros a los que ya se están enfrentando las universidades que decidieron incorporarse, problemas que, por lo demás, eran muy anticipables.
Hubo quienes advertimos, desde el primer día, que lanzarse en brazos del Estado proveedor de financiamiento era una pésima decisión. Es bien sabido que Chile tiene necesidades mucho más acuciantes que pagar los aranceles de los universitarios, especialmente de los que tienen más recursos. Tuvimos la oportunidad de comprobarlo a solo dos meses de que partió el Sistema, pero se trata de una historia que se repetirá en cada oportunidad en que el país tenga una crisis económica. A la hora de priorizar necesidades, cualquier Gobierno elegirá primero la salud, el gasto social, las pensiones, la vivienda, etc… postergando a las universidades, y en especial a las privadas.
Las universidades que se sometieron voluntariamente a la Gratuidad, pagan hoy las consecuencias de recortes presupuestarios a causa de promesas incumplidas además de la incertidumbre de cuántos de sus alumnos tendrán acceso al beneficio, dos meses después de iniciadas las clases. Cito nuevamente al Rector Carlos Peña evaluando cómo se han hecho las cosas:
“No bien (es decir… mal) el instrumento ha sido inadecuado, los plazos desgraciadamente no se han cumplido, el financiamiento basal comprometido sigue pendiente y nadie ha explicado aún porque las cosas han ocurrido de esta forma”.
Después de escuchar este comentario de una institución que la conoce por dentro, resulta difícil entender que todavía pueda haber alguien que sea partidario de incorporarnos a la Gratuidad.
La decisión que hemos tomado de quedarnos fuera, tendrá, sin duda, costos altos en el corto plazo. De hecho, ya los hemos sufrido al perder la mitad del AFI, que nos fue arrebatado por un simple acto administrativo y esperamos con resignación lo que ocurrirá el 2017, cuando nos quitarán probablemente la otra mitad. Este despojo de 700 millones de pesos al año, negociado entre la autoridad y las universidades que decidieron entrar a la Gratuidad, permitiría becar con el 100% del arancel a más de 150 alumnos de esta sede. Estos recursos nos correspondían legítimamente y, sin embargo, nos fueron quitados de la noche a la mañana, provocándonos un serio problema, que deja en evidencia lo peligroso que es depender de financiamiento estatal.
Lamentablemente, hoy no soplan buenos vientos para la libertad de enseñanza en Chile. Todo indica que vienen tiempos de más regulaciones, más fiscalizaciones y menos espacios para emprender e innovar en educación superior.
Por eso es que, para ser fiel a nuestro espíritu fundacional, hoy quiero ir contra la corriente imperante. Porque estoy convencido de que si nos dejamos llevar por ella, el país va a pagar consecuencias muy duras. Hoy quiero celebrar la visión que los legisladores tuvieron hace más de 35 años al facilitar la aparición de más competencia en el sistema universitario. Hoy quiero reconocer públicamente el tremendo aporte que las universidades privadas han hecho a la sociedad chilena. Hoy quiero pedir más libertad para ellas. Hoy quiero decir que me preocupa el encono y los prejuicios con los que muchas veces son miradas. Hoy quiero decir que necesitamos más espacio y menos restricciones, más innovadores y menos reguladores, más emprendedores y menos fiscalizadores. Más iniciativa privada y menos tutela del Estado.
Para cumplir con nuestro sueño. Para hacer las cosas de una forma distinta al sistema tradicional. Para poder realizar nuestro aporte. Para cumplir con el rol que tenemos en la sociedad. Para eso necesitamos un ambiente en el cual desarrollar nuestra iniciativa. Para eso necesitamos que el Gobierno provea las condiciones en las que instituciones autónomas y con sello propio puedan desarrollarse. Para eso necesitamos que se nos dé la posibilidad de competir en igualdad de condiciones. Para eso, queridos profesores y alumnos premiados esta noche, necesitamos libertad.