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UDD en la Prensa

Dinámica de las conversaciones

 Daniel Fernández
Daniel Fernández Profesor Facultad de Ingeniería

En una ocasión la actriz China Zorrilla contó que décadas atrás en Nueva York, terminada la función de su obra, fue a tomar el metro a la una de la mañana para ir a su casa. El andén estaba vacío, salvo ella y cuatro sujetos de mal aspecto. Sabía que al subir a un vagón —tal vez vacío—, quedaría encerrada con ellos hasta llegar a la siguiente estación. Su instinto la movió a actuar: se acercó a los sujetos y en un inglés latino simulado (había estudiado teatro en Londres), les dijo que estaba perdida y si la podían ayudar. Los hombres, desconcertados, se miraron hasta que el líder le dijo: “Si no conoce NY, lo primero que debe saber es que no puede andar sola por aquí a esta hora; la próxima vez tómese un taxi. Y lo segundo es que por esta vez la vamos a acompañar para que llegue segura a su casa”. La actriz cambió un contexto agresivo por uno colaborativo, solo con dar en el clavo con la actitud y las palabras precisas.

El relato muestra el poder de las palabras y el modo de emplearlas para inducir cambios de comportamiento; incluso para dar vuelta el contexto en que ocurren las interacciones humanas.

El proceso constituyente es un buen ejemplo para analizar las dinámicas conversacionales. Los constituyentes tienen creencias distintas, como pensar que la vida surge en la concepción y no debe interrumpirse, o bien que el aborto libre es un derecho; que la tierra está viva y los humanos no debemos seguir alterándola, o bien promover la minería. Es natural y legítimo. El problema surge con las posturas sobre las creencias de cada cual: la única válida, la superior, la más democrática, la legítima, que cierran espacios para comprender las creencias del otro y propician comportamientos en contextos de agresividad. Cambiar esta lógica por una que valide al otro como un ser legítimo, asumiendo que las creencias son respetables, que pueden complementarse, que aportan a la diversidad, que son valiosas, en fin, abre espacios para conversaciones generativas que amplían los mapas de creencias, habilitando zonas de acuerdo e innovación.

Una Constitución exitosa no es aquella de técnica jurídica aceptable y que una mayoría apruebe —si este fuera el caso— sino aquella que promueve formas de convivencia de mutuo respeto que se sostengan en el tiempo. Si quienes la elaboran no conviven de forma respetuosa y dialogante, parece difícil que redacten una Constitución que el resto respete. El riesgo es que al término del proceso el resultado refleje la forma de convivencia que lo generó: de verdades ganadoras, descalificaciones y trincheras. ¿Se puede cambiar la dinámica de las conversaciones? Siempre; en la política, en las empresas y en la vida. Pero primero hay que querer.