Desilusión
Tres años de gobierno se celebran mañana sábado, aunque de celebrar la verdad poco. La mezcla de altas expectativas generadas por las promesas de campaña y el programa con que fue elegida, y una gestión objetivamente deficiente han dejado a este segundo mandato de la Presidenta Bachelet como el gobierno peor evaluado desde el regreso a la democracia.
Más allá de las obras individuales o los avances, es en el balance político y su evidente impacto en las áreas de gobierno, es donde se aprecia la causa de la mayoría de los problemas.
Es fácil así ver cómo por ejemplo en educación, la reforma sigue mal evaluada y que la salida de Eyzaguirre y el estilo más conciliador de la ministra Delpiano solo le sirvió para ganar tiempo pero no claridad y mucho menos apoyo entre los distintos actores del sistema educacional. Una vez más aquí las expectativas de un cambio profundo y una mejora sustantiva chocaron con la realidad de lo que ha sido el gobierno de la Nueva Mayoría, es decir, un permanente déficit técnico y un manejo político inadecuado. Por lo mismo no es de extrañar que ni moros ni cristianos estén conformes con el proyecto que el Ministerio insiste en impulsar.
Hoy los ciudadanos entienden que se prometió más allá de lo que se podía seriamente lograr, y esto ha traído como consecuencia una profunda desilusión no sólo con este gobierno sino peor aún con la capacidad de la política como un medio eficaz de dar solución a las demandas sociales. La incapacidad de alcanzar acuerdos y la permanente insistencia en hacer pasar la aplanadora en materia legislativa dejó a la educación como un tema de trinchera y no como lo que siempre debió ser: una política de Estado. Así también el desprecio por el diálogo de parte de los sectores más de izquierda en la Nueva Mayoría, han hecho mucho daño en estos tres años, y en ambos casos la responsabilidad de la Presidenta es ineludible, al permitir que se instalara en su administración la retórica de la retroexcavadora durante el inicio de su mandato.
Que las reformas que buscaban dar solución a demandas y problemas reales de los chilenos, no han logrado impactar de forma positiva el día a día de los mismos. Son cambios que no bajan hacia la cotidianidad de las familias, y por lo mismo no son percibidas como positivas. La Presidenta perdió su toque distintivo y clave de sus éxitos pasados. Qué lejos se ve hoy el pragmatismo y simplicidad de muchas de sus reformas y medidas en el primer mandato, como por ejemplo el pilar solidario en las pensiones, en éstas siempre priorizó el efecto directo en la calidad de vida de las personas por sobre consideraciones ideológicas. Todo lo contrario a lo observado en estos tres años.
La salud y los hospitales prometidos, son solo otro ejemplo de cómo el no saber gestionar correctamente los proyectos ha provocado que aún teniendo los recursos económicos para hacerlos estos no se hayan podido construir. Una vez más la ideología fue por delante y terminó retrasando e impidiendo el cumplimiento de ésta, una de las más sentidas y necesarias inversiones en nuestro país.
La Presidenta Bachelet no debe estar contenta de la distancia entre ella, su gobierno y la ciudadanía. Atrás deben haber quedado en los pasillos de La Moneda todas esas explicaciones que apuntaban a errores de comunicación, y una falsa percepción de los ciudadanos. Ojalá un poco de humildad aleje a este gobierno de las explicaciones autocomplacientes y lo lleve a enfrentar el tramo final mirando cómo responder a esa desilusión de la mayoría que hace tres años los puso en el gobierno y que puede sacarlos, de no mediar un drástico cambio en la evaluación que hacen de su actual gestión.