Desarrollar lenguaje en los hijos
Que los niños salgan de vacaciones es una gran oportunidad para que, como padres, reestablezcamos espacios de convivencia que el ajetreo del año académico reduce, ya que la presión de las obligaciones escolares y el escaso tiempo con el que hoy contamos los padres que trabajamos, hacen sacrificar los momentos de comunicación al interior de las familias.
La ventaja de la estimulación y afianzamiento del lenguaje es que no requiere de implementación particular, no se necesita materiales para hacerlo ni ser un experto, sólo tener ganas de dedicar un poco de mi tiempo a interactuar con otro para lograr vincular nuestros seres a través de experiencias expresadas en lenguaje. En relación a nuestros hijos, tenemos un ingrediente adicional, hay cariño y nuestra comunicación va a estar rodeada de la afectividad que va a favorecer el proceso de la comunicación: seremos dos seres que nos amamos y compartimos una experiencia personal a través de este medio.
Como fonoaudióloga propongo que para las vacaciones hagamos el propósito de conversar con nuestros hijos. Establecer una rutina de comunicación al interior de la familia trae como beneficio el desarrollo de importantes funciones del lenguaje, ya que el discurso es una unidad integral e integradora que comprometen a todos los ámbitos del lenguaje y, por ende, favorece el desarrollo del pensamiento, ya que: «el lenguaje es el vehículo del pensamiento» (Wittgenstein, 1985).
¿Qué hacer? Contarle actividades que realizamos durante el día y preguntarle por las suyas; ello favorece la escucha activa y modela el diálogo como estrategia comunicativa. Todo tema es válido, la actividad primordial de los niños es el juego, por lo que gran parte de sus aportes serán en relación a esta temática.
Si lo concretamos en los niveles del lenguaje, en lo semántico (lo relativo al vocabulario) el discurso favorece la incorporación de nuevas palabras al lenguaje cotidiano de nuestros hijos. En este sentido, el uso de sinónimos enriquece enormemente el vocabulario activo (que es el que se utiliza) y el vocabulario pasivo (el que se conoce, pero no se usa habitualmente, siempre más abundante que el que utilizo).
Por ejemplo, si estamos partiendo una sandía, hay que comentarle que su pulpa es de color roja o colorada y que se come, y la cáscara de color verde es gruesa y no se come, que tiene muchas pepas negras que no se comen o que es una fruta de verano; y le podemos preguntar si se acuerda de alguna fruta que comía en el invierno.
A través de esta simple actividad hemos desarrollado la escucha activa, la sinonimia, la clasificación y categorización, entre otras.
En lo morfosintáctico (cómo organizo el mensaje) se puede extender el número de palabras de las oraciones, con ello enriqueceremos el lenguaje. Una forma sencilla es a través de instrucciones que expliciten lo que quiero: en lugar de decir: «déjalas ahí» se puede decir «Julio, por favor pon las cerezas en el canasto». Se consigue el mismo propósito, pero se entrega un patrón de oraciones más complejo.
Otro aspecto fundamental del proceso comunicativo lo constituye el nivel pragmático (da cuenta de mi propósito comunicativo). ¿Para qué hablo? Puedo querer que quien me escucha haga, piense o sienta algo; que se divierta o entregarle u obtener información. Si direcciono mi comunicación, puedo enseñar aspectos tan relevantes como la toma de turno, fundamental para el proceso social de la comunicación; la permanencia en un tópico, mantener el tema de lo que estamos hablando sin saltar de uno a otro tema inconexo. Ambos asociados a la alternancia de los turnos en la comunicación. Este aspecto es especialmente sensible en las alteraciones de la comunicación y muy requerido en la vida escolar de nuestros hijos.
Como pueden ver, más que hacer «algo» debo aprovechar lo que hago para convertirlo en lenguaje oral y con ello modelar el buen uso de este precioso instrumento que tenemos.